junio 07, 2006

se acabaron las entradas



...y mi amigo mario me dice "no puedo creer que sean tan huevones, en el auditorio de telefónica entran 800 personas y se les ocurre exhibir la película acá."

en verdad lo que me parece es que ni a la gente del c.c. de españa le pasó por la cabeza que björk pudiera tener tanta convocatoria. es que está de moda, ¿manyas? la película de matthew barney, donde ella actúa y canta, fue exhibida como evento especial ayer —por única vez. y a estas horas la copia en 35mm está ya en un avión, rumbo a no sé qué festival. dicen que se agotaron los tickets a las 7.30pm, dos horas antes de la función. yo estuve allí a las 8.30pm y la cola me dejó con la boca abierta. piña. en todo caso, quienes quieran escuchar el soundtrack pueden descargarlo desde aquí.

junio 05, 2006

La joven de la perla

Dirigida por Peter Webber
Con Scarlett Johansson, Colin Firth, Tom Wilkinson




Pensamos poco en la cualidad mágica del cine: estoy hablando de viajar hasta una sala de cine, de pagar dinero. De infiltrarte en un salón oscuro para estar sentado junto a personas que no conoces, con las cuales no cruzarás ninguna palabra: pero a lo largo de esas dos horas habrá en aquel lugar un grupo humano encerrado junto a un proyector, mirando todos hacia un mismo lugar que en la oscuridad resplandece: el proyector muestra imágenes animadas de gente enorme, que ríe y que llora delante tuyo, que experimenta aventuras asombrosas y fascinantes que son de mentira. Los espectadores ríen en la oscuridad, lloran en la oscuridad. Han comprado el ticket para esto. Para estar en el cine. Para autosecuestrarse de la realidad.

[Hubo una vez un documental... Acerca de aquellos extraterrestres que viven en New York y se sumergen cada día en cuatro, en cinco películas. Cinéfilos. Y uno de ellos decía: la realidad del cine es tan real como cualquier otra realidad; escoger dónde vivir no es más que una opción ideológica.]

Y cuando aparecen los créditos, y cuando las luces se encienden. Cuando la película se acaba. Hay ocasiones en que se sale del cine como del fondo de una piscina y eso es, si se me permite la palabra, bello. Pero los peruanos pensamos poco en aquella cualidad mágica del cine porque casi no tenemos oportunidades de ver buenas películas. Porque el sistema nos impide ver buenas películas. Quisiera hablar sobre eso porque en verdad me preocupa: a todos debería preocuparnos, me parece. Y es que nuestra cartelera cinematográfica es, si se me permite usar esta otra palabra, una porquería.

En Cineplanet Primavera —utilizaré esta multisala como ejemplo, un poco arbitrariamente— se ofrecen hoy en día solo seis películas: empecemos por aquí. Seis películas, a pesar de haber diez salas en funcionamiento. Y el motivo es inquietante: cinco salas están dedicadas a exhibir a tiempo completo un filme cuyo presupuesto es inversamente proporcional a su calidad: “X-Men, la batalla final”. Cada 45 minutos, aproximadamente, empieza una nueva función. El resto de salas ofrecen o bien “El código da Vinci” (el lector que escribió solicitando una opinión mía sobre el filme puede encontrarla aquí, en forma de anagrama para estar a tono: Dame Nuria) o bien “Misión imposible 3”. Noticia insólita, las tres películas vienen de Hollywood. Noticia insólita, las tres películas ocuparon cerca del 40% de salas e impidieron con sus monstruosos cupos el estreno de otros filmes. Por ejemplo “Capote”, que hace dos meses viene aguardando un espacio libre en las salas limeñas, a pesar de haber recibido un premio otrora popular llamado Oscar... En este mismo Cineplanet los huecos en la programación se rellenan con productos salidos todos de la misma fábrica: “Mi mejor amigo”, “Soltero en casa”, “Un papá con pocas pulgas”. Un ejemplo adicional: la película que comentaré líneas abajo ni siquiera se está exhibiendo en esta multisala.

* * *

Los lectores con phobia numerus pueden obviar este párrafo. Si revisamos cifras, lo patético de la situación aparece con mayor lustre: el día de hoy, 5 de junio de 2006, hay 811 funciones de cine en Lima. Pues bien, 306 de estas funciones (38,7%) corresponden a “X-Men” y 228 (28,1%) a “El código da Vinci”. En suma, el 65,8% de la oferta cinematográfica limeña corresponde a los dos últimos blockbusters de Hollywood... El resto consiste, básicamente, en películas de Hollywood con menos presupuesto para publicidad. Los filmes que no están dentro del programa de los grandes estudios (“Match point”, “Mrs. Henderson presenta”, “11:14 hora de morir”, “Buenas noches y buena suerte” y “La joven de la perla”) suman en total 45 funciones, que es apenas el 5,5% de nuestro menú cinematográfico. Nótese que ninguno de estos filmes es latinoamericano o hablado en español. Así estamos.

...pero lo que a mí me preocupa es que esta aplastante homogeneidad va a acentuarse. Mañana se estrena “La profecía” (un remake) y nuevamente habrá un bloque entero de salas proyectando el filme cada 45 minutos. Después vendrá “Poseidón” (otro remake) y la torta seguirá partida del mismo modo porque la estrategia es nítida: no importa si la película es mala, la publicidad asegurará la asistencia masiva al cine durante los primeros siete días. Otro blockbuster tomará la posta la siguiente semana y además, ¿qué otra cosa podría ver el público? Si la oferta es tan diminuta... De un tiempo a esta parte los multicines se han convertido en el servicio de delivery de Hollywood y esto es de una evidente mediocridad. Aún si las películas que nos llegaran fueran buenas (y todos sabemos que en su mayoría no lo son) nuestras salas de cine seguirían obedeciendo a un monopolio. Y esperen a que se firme el TLC para ver cómo la situación agarra más pendiente.

Dichas todas estas cosas importantes, detengámonos en “Un papá con pocas pulgas”... Sabes, Romy, yo fui a ver esta película hace un par de semanas, un poco por obligación. Necesitaba comentar algún filme al día siguiente y no me daba el tiempo para ver “Plan perfecto”. O sea que entré a la sala de cine en medio de una larga cola de personas que no tendrían más de un metro veinte de estatura: y si uno tiene puesta la cabeza tan abajo, las salas de cine deben parecer mucho más grandes de lo que son. ¿Puedes sentir la palabra “descomunal”? Así debía de ser para algunos de estos individuos la sala de cine (¿recuerdas la primera vez que fuiste al cine?) mientras caminaban en la penumbra, con el brazo en alto, porque alguien más grande que ellos los conducía de la mano (¿recuerdas esa época, cuando te llevaban de la mano a lugares que no conocías?) hasta las butacas que ellos mismos iban escogiendo, donde se acomodaban graciosamente, arrodillándose, o de repente alzando un poco el cuello. Y después de la publicidad y todas esas cosas inútiles empezó la película. Te lo diré de este modo: yo no trataría de convencer a nadie de ir a ver esta cinta —de hecho, me parece fallida por tres de sus cuatro costados, o patas— y sin embargo cuánto me alegré de haber ido a verla. Es una película que no le hace daño a nadie. Podría ver cualquier día un filme como este, que no quiere venderte ningún artículo de merchandising, y que encima tiene a una serpiente en el bando de los buenos, en vez de algo como “La era del hielo 2”. Había niños y niñas con la boca abierta, con las pupilas dilatadas al final de la película, y sus cabezas asomaban entre las butacas al correr los créditos. Quizás no rieron mucho durante la proyección, pero yo creo que existe una distancia larga entre una película como esta y la mayoría de productos que asoman a nuestra cartelera infantil. “Un papá con pocas pulgas” está limpia de cinismo.


Haiku-review: las próximas reseñas que se publiquen aquí serán minúsculas. Hay cierto fastidio en el rostro de Scarlett Johansson. Resulta condenadamente difícil hablar de rostros. Tal vez “fastidio” no sea la palabra adecuada, pero de cualquier forma su atractivo —porque Johansson es irremediablemente, involuntariamente atractiva— reside en el sutil desdén que su mirada, a veces vacía, transmite a la cámara. Salvo mejor parecer. Johansson tenía dieciocho años cuando protagonizó este filme, que la presenta ante nosotros con la cara lavada y los ojos oscilando entre la insolencia y la ofuscación: durante los cien minutos que dura “La joven de la perla” (“La joven del arete de perla” es la traducción exacta, y ese es también el nombre del famoso cuadro de Vermeer que da origen al filme) esta actriz estadounidense será el centro de la película. Su rostro, para ser precisos, será el centro de la película.

Holanda, 1665. Los artistas dependen de los mecenas para no morir de hambre. Hay una nueva sirvienta en la casa del pintor Johannes Vermeer y el filme es el recuento de sus días allí... La película está completamente contenida, y en ese sentido se encuentra más cerca de una producción Merchant-Ivory que cualquier cosa que hayamos tenido en cartelera desde hace tiempo. De hecho, el score de Alexandre Desplat (a quien escucháramos en la extraordinaria “Syriana”) se me hace similar en su acercamiento, en su construcción de pequeñas tensiones, al que Richard Robbins compuso para “Lo que queda del día”: el ritmo circular, las cuerdas insinuando los sentimientos de los protagonistas, etcétera. Y la fotografía de Eduardo Serra es detallosa, e incluso “artística”, pero esta opción se encuentra lejos del disfuerzo: yo diría que es una decisión lógica en un filme que cuenta la historia de un cuadro famoso. La historia ficcional, ojo. Abrir una ventana y dejar que entre la luz... eso es un acontecimiento en el universo de este filme.



“Contenida”, escribí hace un instante. Porque las emociones no son reveladas nunca. Como todo filme contenido “La joven de la perla” es afiladamente sensorial: además de la palpable tensión sexual que aparece entre esta sirvienta y el pintor (o sea, el artista... y quizás el filme resbala al presentarnos a un Vermeer ajustado a la idea moderna de lo que un “artista” debe ser: incomunicativo, arisco, despeinado: cliché, cliché, cliché) el filme establece como uno de sus motivos el acto de observar. Vermeer logrará, lentamente, que esta muchacha asome a ver el mundo como él lo hace. “¿De qué color son las nubes?” le pregunta en una escena deslumbrante, y entonces ella asomará la cabeza por la ventana. No, no son blancas. El director nos regala un plano del cielo con todos sus colores y los espectadores en nuestras butacas, por un instante, somos testigos de algo. En otro momento dos manos apenas se rozan, solo un segundo, y el momento es tan importante que el director decide subrayarlo utilizando un plano detalle. El acto de observar.

La reseña de Elvis Mitchell, que desde el New York Times describe al filme como un “serio, obvio melodrama sin alma, lleno con los silencios que vienen luego de un suspiro” me parece desde luego injusta.

“La joven de la perla”, basada en la novela de Tracy Chevalier, juega con el what if y decide que Johannes Vermeer, aquel pintor tan estimado por los holandeses, utilizó como modelo para uno de sus cuadros más famosos —“la Mona Lisa holandesa”, le llaman— a una sirvienta... En mi opinión, sin embargo, los dos grandes eventos del filme tienen poco que ver con esta historia central. Tienen que ver con el secreto. Todas las películas necesitan de secretos. Griet, la sirvienta interpretada por Johansson, es cortejada con vehemencia por el hijo del carnicero: su rostro de muchacha sin esperanzas, hasta este punto del filme sellado, temeroso por momentos, nos será mostrado bajo una luz distinta por primera vez. El muchacho le pide que sonría. Ella se resiste al principio. Pero cuando finalmente lo hace, cuando despliega humildemente sus labios el filme cambia de tono, se ahonda, y entonces hace su aparición la música... “La joven de la perla” es una película hecha, intencionalmente, en clave baja.

El otro gran evento de este filme está relacionado, también, con un secreto. Es inevitable hablar en términos fetichistas de una película fetichista, me temo, porque estoy refiriéndome al pelo de esta sirvienta. Cubierto por una cofia durante al menos la primera hora de la narración, invisible al espectador, se convierte en uno de los imanes del filme. El hijo del carnicero (Cillian Murphy, por cierto) le pregunta a esta sirvienta, mientras va paseando a su lado entre los árboles: “¿de qué color es tu cabello?” y ella se niega a mostrárselo. Se niega incluso a ser tocada... Una buena narración establece siempre puntos de intriga —yo prefiero llamarlos “de expectativa”— y es delicioso encontrarse con una película que puede girar, en algún momento, en torno a un secreto tan trivial y tan importante como este: de qué color es tu cabello. Eventualmente los espectadores descubrimos el secreto, y aunque se trata de una revelación hermosa, creo que mucho más hermoso hubiera sido no tener ninguna revelación. Hay cosas que deberían permanecer ocultas al espectador.

Pintar a. Escribir sobre. Hacer una película con. El arte es en buena medida un intento por aprehender algo, y las pinturas los libros las películas son fetiches... Cuando el pintor de esta historia (Colin Firth) finalmente logra estar a solas con el objeto de su deseo, para pintarlo —para controlarlo— la película empieza a moverse, delicadamente, en el registro erótico. El primer plano del rostro de Scarlett Johansson mientras su amo le da indicaciones (“abre la boca”, “humedece tus labios”) es tal vez una de las escenas más sugerentes de una película que tiene en la sugerencia a una de sus virtudes más grandes. “La joven de la perla” es una excepción muy bella dentro de una cartelera muy horrible: es necesario ir a verla, antes de que la saquen.