junio 07, 2006

se acabaron las entradas



...y mi amigo mario me dice "no puedo creer que sean tan huevones, en el auditorio de telefónica entran 800 personas y se les ocurre exhibir la película acá."

en verdad lo que me parece es que ni a la gente del c.c. de españa le pasó por la cabeza que björk pudiera tener tanta convocatoria. es que está de moda, ¿manyas? la película de matthew barney, donde ella actúa y canta, fue exhibida como evento especial ayer —por única vez. y a estas horas la copia en 35mm está ya en un avión, rumbo a no sé qué festival. dicen que se agotaron los tickets a las 7.30pm, dos horas antes de la función. yo estuve allí a las 8.30pm y la cola me dejó con la boca abierta. piña. en todo caso, quienes quieran escuchar el soundtrack pueden descargarlo desde aquí.

junio 05, 2006

La joven de la perla

Dirigida por Peter Webber
Con Scarlett Johansson, Colin Firth, Tom Wilkinson




Pensamos poco en la cualidad mágica del cine: estoy hablando de viajar hasta una sala de cine, de pagar dinero. De infiltrarte en un salón oscuro para estar sentado junto a personas que no conoces, con las cuales no cruzarás ninguna palabra: pero a lo largo de esas dos horas habrá en aquel lugar un grupo humano encerrado junto a un proyector, mirando todos hacia un mismo lugar que en la oscuridad resplandece: el proyector muestra imágenes animadas de gente enorme, que ríe y que llora delante tuyo, que experimenta aventuras asombrosas y fascinantes que son de mentira. Los espectadores ríen en la oscuridad, lloran en la oscuridad. Han comprado el ticket para esto. Para estar en el cine. Para autosecuestrarse de la realidad.

[Hubo una vez un documental... Acerca de aquellos extraterrestres que viven en New York y se sumergen cada día en cuatro, en cinco películas. Cinéfilos. Y uno de ellos decía: la realidad del cine es tan real como cualquier otra realidad; escoger dónde vivir no es más que una opción ideológica.]

Y cuando aparecen los créditos, y cuando las luces se encienden. Cuando la película se acaba. Hay ocasiones en que se sale del cine como del fondo de una piscina y eso es, si se me permite la palabra, bello. Pero los peruanos pensamos poco en aquella cualidad mágica del cine porque casi no tenemos oportunidades de ver buenas películas. Porque el sistema nos impide ver buenas películas. Quisiera hablar sobre eso porque en verdad me preocupa: a todos debería preocuparnos, me parece. Y es que nuestra cartelera cinematográfica es, si se me permite usar esta otra palabra, una porquería.

En Cineplanet Primavera —utilizaré esta multisala como ejemplo, un poco arbitrariamente— se ofrecen hoy en día solo seis películas: empecemos por aquí. Seis películas, a pesar de haber diez salas en funcionamiento. Y el motivo es inquietante: cinco salas están dedicadas a exhibir a tiempo completo un filme cuyo presupuesto es inversamente proporcional a su calidad: “X-Men, la batalla final”. Cada 45 minutos, aproximadamente, empieza una nueva función. El resto de salas ofrecen o bien “El código da Vinci” (el lector que escribió solicitando una opinión mía sobre el filme puede encontrarla aquí, en forma de anagrama para estar a tono: Dame Nuria) o bien “Misión imposible 3”. Noticia insólita, las tres películas vienen de Hollywood. Noticia insólita, las tres películas ocuparon cerca del 40% de salas e impidieron con sus monstruosos cupos el estreno de otros filmes. Por ejemplo “Capote”, que hace dos meses viene aguardando un espacio libre en las salas limeñas, a pesar de haber recibido un premio otrora popular llamado Oscar... En este mismo Cineplanet los huecos en la programación se rellenan con productos salidos todos de la misma fábrica: “Mi mejor amigo”, “Soltero en casa”, “Un papá con pocas pulgas”. Un ejemplo adicional: la película que comentaré líneas abajo ni siquiera se está exhibiendo en esta multisala.

* * *

Los lectores con phobia numerus pueden obviar este párrafo. Si revisamos cifras, lo patético de la situación aparece con mayor lustre: el día de hoy, 5 de junio de 2006, hay 811 funciones de cine en Lima. Pues bien, 306 de estas funciones (38,7%) corresponden a “X-Men” y 228 (28,1%) a “El código da Vinci”. En suma, el 65,8% de la oferta cinematográfica limeña corresponde a los dos últimos blockbusters de Hollywood... El resto consiste, básicamente, en películas de Hollywood con menos presupuesto para publicidad. Los filmes que no están dentro del programa de los grandes estudios (“Match point”, “Mrs. Henderson presenta”, “11:14 hora de morir”, “Buenas noches y buena suerte” y “La joven de la perla”) suman en total 45 funciones, que es apenas el 5,5% de nuestro menú cinematográfico. Nótese que ninguno de estos filmes es latinoamericano o hablado en español. Así estamos.

...pero lo que a mí me preocupa es que esta aplastante homogeneidad va a acentuarse. Mañana se estrena “La profecía” (un remake) y nuevamente habrá un bloque entero de salas proyectando el filme cada 45 minutos. Después vendrá “Poseidón” (otro remake) y la torta seguirá partida del mismo modo porque la estrategia es nítida: no importa si la película es mala, la publicidad asegurará la asistencia masiva al cine durante los primeros siete días. Otro blockbuster tomará la posta la siguiente semana y además, ¿qué otra cosa podría ver el público? Si la oferta es tan diminuta... De un tiempo a esta parte los multicines se han convertido en el servicio de delivery de Hollywood y esto es de una evidente mediocridad. Aún si las películas que nos llegaran fueran buenas (y todos sabemos que en su mayoría no lo son) nuestras salas de cine seguirían obedeciendo a un monopolio. Y esperen a que se firme el TLC para ver cómo la situación agarra más pendiente.

Dichas todas estas cosas importantes, detengámonos en “Un papá con pocas pulgas”... Sabes, Romy, yo fui a ver esta película hace un par de semanas, un poco por obligación. Necesitaba comentar algún filme al día siguiente y no me daba el tiempo para ver “Plan perfecto”. O sea que entré a la sala de cine en medio de una larga cola de personas que no tendrían más de un metro veinte de estatura: y si uno tiene puesta la cabeza tan abajo, las salas de cine deben parecer mucho más grandes de lo que son. ¿Puedes sentir la palabra “descomunal”? Así debía de ser para algunos de estos individuos la sala de cine (¿recuerdas la primera vez que fuiste al cine?) mientras caminaban en la penumbra, con el brazo en alto, porque alguien más grande que ellos los conducía de la mano (¿recuerdas esa época, cuando te llevaban de la mano a lugares que no conocías?) hasta las butacas que ellos mismos iban escogiendo, donde se acomodaban graciosamente, arrodillándose, o de repente alzando un poco el cuello. Y después de la publicidad y todas esas cosas inútiles empezó la película. Te lo diré de este modo: yo no trataría de convencer a nadie de ir a ver esta cinta —de hecho, me parece fallida por tres de sus cuatro costados, o patas— y sin embargo cuánto me alegré de haber ido a verla. Es una película que no le hace daño a nadie. Podría ver cualquier día un filme como este, que no quiere venderte ningún artículo de merchandising, y que encima tiene a una serpiente en el bando de los buenos, en vez de algo como “La era del hielo 2”. Había niños y niñas con la boca abierta, con las pupilas dilatadas al final de la película, y sus cabezas asomaban entre las butacas al correr los créditos. Quizás no rieron mucho durante la proyección, pero yo creo que existe una distancia larga entre una película como esta y la mayoría de productos que asoman a nuestra cartelera infantil. “Un papá con pocas pulgas” está limpia de cinismo.


Haiku-review: las próximas reseñas que se publiquen aquí serán minúsculas. Hay cierto fastidio en el rostro de Scarlett Johansson. Resulta condenadamente difícil hablar de rostros. Tal vez “fastidio” no sea la palabra adecuada, pero de cualquier forma su atractivo —porque Johansson es irremediablemente, involuntariamente atractiva— reside en el sutil desdén que su mirada, a veces vacía, transmite a la cámara. Salvo mejor parecer. Johansson tenía dieciocho años cuando protagonizó este filme, que la presenta ante nosotros con la cara lavada y los ojos oscilando entre la insolencia y la ofuscación: durante los cien minutos que dura “La joven de la perla” (“La joven del arete de perla” es la traducción exacta, y ese es también el nombre del famoso cuadro de Vermeer que da origen al filme) esta actriz estadounidense será el centro de la película. Su rostro, para ser precisos, será el centro de la película.

Holanda, 1665. Los artistas dependen de los mecenas para no morir de hambre. Hay una nueva sirvienta en la casa del pintor Johannes Vermeer y el filme es el recuento de sus días allí... La película está completamente contenida, y en ese sentido se encuentra más cerca de una producción Merchant-Ivory que cualquier cosa que hayamos tenido en cartelera desde hace tiempo. De hecho, el score de Alexandre Desplat (a quien escucháramos en la extraordinaria “Syriana”) se me hace similar en su acercamiento, en su construcción de pequeñas tensiones, al que Richard Robbins compuso para “Lo que queda del día”: el ritmo circular, las cuerdas insinuando los sentimientos de los protagonistas, etcétera. Y la fotografía de Eduardo Serra es detallosa, e incluso “artística”, pero esta opción se encuentra lejos del disfuerzo: yo diría que es una decisión lógica en un filme que cuenta la historia de un cuadro famoso. La historia ficcional, ojo. Abrir una ventana y dejar que entre la luz... eso es un acontecimiento en el universo de este filme.



“Contenida”, escribí hace un instante. Porque las emociones no son reveladas nunca. Como todo filme contenido “La joven de la perla” es afiladamente sensorial: además de la palpable tensión sexual que aparece entre esta sirvienta y el pintor (o sea, el artista... y quizás el filme resbala al presentarnos a un Vermeer ajustado a la idea moderna de lo que un “artista” debe ser: incomunicativo, arisco, despeinado: cliché, cliché, cliché) el filme establece como uno de sus motivos el acto de observar. Vermeer logrará, lentamente, que esta muchacha asome a ver el mundo como él lo hace. “¿De qué color son las nubes?” le pregunta en una escena deslumbrante, y entonces ella asomará la cabeza por la ventana. No, no son blancas. El director nos regala un plano del cielo con todos sus colores y los espectadores en nuestras butacas, por un instante, somos testigos de algo. En otro momento dos manos apenas se rozan, solo un segundo, y el momento es tan importante que el director decide subrayarlo utilizando un plano detalle. El acto de observar.

La reseña de Elvis Mitchell, que desde el New York Times describe al filme como un “serio, obvio melodrama sin alma, lleno con los silencios que vienen luego de un suspiro” me parece desde luego injusta.

“La joven de la perla”, basada en la novela de Tracy Chevalier, juega con el what if y decide que Johannes Vermeer, aquel pintor tan estimado por los holandeses, utilizó como modelo para uno de sus cuadros más famosos —“la Mona Lisa holandesa”, le llaman— a una sirvienta... En mi opinión, sin embargo, los dos grandes eventos del filme tienen poco que ver con esta historia central. Tienen que ver con el secreto. Todas las películas necesitan de secretos. Griet, la sirvienta interpretada por Johansson, es cortejada con vehemencia por el hijo del carnicero: su rostro de muchacha sin esperanzas, hasta este punto del filme sellado, temeroso por momentos, nos será mostrado bajo una luz distinta por primera vez. El muchacho le pide que sonría. Ella se resiste al principio. Pero cuando finalmente lo hace, cuando despliega humildemente sus labios el filme cambia de tono, se ahonda, y entonces hace su aparición la música... “La joven de la perla” es una película hecha, intencionalmente, en clave baja.

El otro gran evento de este filme está relacionado, también, con un secreto. Es inevitable hablar en términos fetichistas de una película fetichista, me temo, porque estoy refiriéndome al pelo de esta sirvienta. Cubierto por una cofia durante al menos la primera hora de la narración, invisible al espectador, se convierte en uno de los imanes del filme. El hijo del carnicero (Cillian Murphy, por cierto) le pregunta a esta sirvienta, mientras va paseando a su lado entre los árboles: “¿de qué color es tu cabello?” y ella se niega a mostrárselo. Se niega incluso a ser tocada... Una buena narración establece siempre puntos de intriga —yo prefiero llamarlos “de expectativa”— y es delicioso encontrarse con una película que puede girar, en algún momento, en torno a un secreto tan trivial y tan importante como este: de qué color es tu cabello. Eventualmente los espectadores descubrimos el secreto, y aunque se trata de una revelación hermosa, creo que mucho más hermoso hubiera sido no tener ninguna revelación. Hay cosas que deberían permanecer ocultas al espectador.

Pintar a. Escribir sobre. Hacer una película con. El arte es en buena medida un intento por aprehender algo, y las pinturas los libros las películas son fetiches... Cuando el pintor de esta historia (Colin Firth) finalmente logra estar a solas con el objeto de su deseo, para pintarlo —para controlarlo— la película empieza a moverse, delicadamente, en el registro erótico. El primer plano del rostro de Scarlett Johansson mientras su amo le da indicaciones (“abre la boca”, “humedece tus labios”) es tal vez una de las escenas más sugerentes de una película que tiene en la sugerencia a una de sus virtudes más grandes. “La joven de la perla” es una excepción muy bella dentro de una cartelera muy horrible: es necesario ir a verla, antes de que la saquen.







mayo 18, 2006



hay varios riesgos en comentar comentarios, me imagino, especialmente dentro de un blog de crítica de cine como este —porque eso es lo que "maldiojo" pretende ser. uno de esos riesgos sería desviar demasiado la atención hacia mí. para eso, creo que es suficiente con lo que yo mismo ando escribiendo. lo importante son las películas y, de verdad, me gustaría intercambiar IDEAS. en fin. alguien me ha enviado un comentario sobre mi reseña de "la era del hielo 2" y se trata, diría yo, de un comentario tipo. me refiero a que he recibido varios e-mails parecidos antes, y es por eso que lo reproduzco a continuación. luego lo respondo. y luego me borro. prometo no volver a hacer algo parecido en este blog, entre otras cosas porque me quita tiempo.

Tu Fuiste a ver la pelicula o te obligaron y fue contra tu voluntad?porque ponerse a criticar una pelicula de niños es verdaderamente estupido.a quien le interesa los colores, la amimación en 2d 3d a nadie la gente quiere darse un tiempo y ver algo gracioso , y no a hacer un análizis del filme.Además .. en mi opinion la pelicula es buena y graciosa . Toma mucho tiempo hacer eso .. y como tal esta hecho para la gente que en verdad quiere ir a ver una peliculay si no tienes nada que hacer más que sentarte frente a la computadora a escribir criticas , tomandote y dantote el papel de INTERESANTE. pues no lo haces al contrario te ganas enemigos ..

lo que yo quiero dejar en claro es que si a alguien no le cuadra una opinión contraria a la suya (con respecto a un filme, por d.!) tanto como para escribir algo así, entonces le pido encarecidamente, de verdad, que no lea este blog. lo otro, y me sorprende cuán común es este argumento, es que haya gente que me pregunte si no tengo otra cosa qué hacer. respondo, por única vez —todo este post es una debilidad mía, pido disculpas por eso—: sí. tengo muchas otras cosas que hacer. de hecho, aunque lo disfruto, escribir sobre cine me quita un tiempo que yo quisiera dedicar enteramente a ciertos proyectos personales. sucede que parte de mi chamba es escribir sobre películas. las reseñas que cuelgo en este blog aparecen también en la página web de una radio local, y son escritas originalmente para ella. listo. gracias por la paciencia.

mayo 06, 2006

Misión imposible 3

Dirigida por J.J. Abrams
Con Tom Cruise, Philip Seymour Hoffman, Keri Russell
Calificación:



First things first: la intermitencia de mis entregas es embarazosa. Las reseñas cinematográficas publicadas en esta columna, que algún lector encontrará al menos entretenidas, espero, son publicadas de un tiempo a esta parte con extremo desorden —desorden que yo quisiera atribuir al trabajo o a algún otro factor externo, aunque en aras de la honestidad deberé decir simplemente: es que tenía f.— y ello ha ocasionado, entre varias cosas, que omitiera por completo una película de la cual me hubiera gustado muchísimo escribir: “Match point” de Woody Allen, que es una obra maestra. Sigue estando en cartelera: por favor vayan a verla. En mi opinión esta cinta es lo mejor que ha asomado a nuestras pantallas en los últimos dos años (un amigo me reprochó esta sentencia: “ni siquiera estabas en Perú hace un año” me dijo, pero mantengo en pie esta afirmación solo para dejar constancia de mi entusiasmo) y para quienes andábamos contrariados con el bajón cualitativo en las últimas películas de Allen resulta un hallazgo maravilloso: “Match point” está filmada con un nervio que yo no veía en este gran director desde “Septiembre”, su entrega de 1987. Curiosamente, ambos filmes carecen de humor y tienen como centro la misma idea: el universo es moralmente neutro. A sus setenta años Woody Allen sigue siendo un pesimista, y su terquedad en filmar una película cada año insinúa, me parece, la búsqueda obstinada por construir un sentido a través del arte... Y he aquí una bella razón para mantenerse vivo en este planeta: saber cuáles serán las últimas palabras de Woody Allen antes de que se apaguen las luces.

Estoy seguro de que serán palabras graciosísimas.

“Disculpen un momento, pero es que debo comprobar la hora. Aquí son muy puntillosos respecto a la hora, y, por lo que oigo ahí detrás, parece que la banda ya ha comenzado a preparar sus instrumentos.” (Woody contempla el reloj y lo levanta en alto, como para que lo vean los 1200 espectadores: esta es una de sus primeras presentaciones como comediante.) “No sé si ustedes lo vean, pero es un reloj muy elegante.” (Se lo acerca a la cara y lo examina con atención.) “Tiene incrustaciones de mármol. Creo que me da un aire italiano.” (Una pausa.) “Me lo dio mi abuelo en su lecho de muerte. Y a muy buen precio.”

En todo caso, pido disculpas a los eventuales lectores de esta columna por el desorden en mis entregas, y les pido que acepten ese desorden como una cualidad intrínseca a ellas. Ahora sí, lo que todo el mundo estaba esperando: “Misión imposible 3”.



Espero que se haya notado la ironía. Con seguridad buena parte de los cinéfilos —buena parte de los seres humanos— andan un tanto hartos de Tom Cruise, y no podría culparlos. Yo fui a ver esta película incluso con prejuicio: la franquicia “Misión imposible” no me entusiasma, a pesar de haber estado en manos de directores como Brain De Palma o John Woo (nota al margen: De Palma estrenaría este año una precuela de “Los Intocables” y Woo una nueva versión de “He-Man y los amos del universo”) pero además, como recordaba yo al comprar mi ticket, existe una regla del cine prácticamente inamovible: las terceras partes no son buenas.

Dicho esto, lanzo el siguiente comentario: “Misión imposible 3” es buena. Es, de lejos, la mejor entrega de la serie.

Y esta vez el director es un debutante. J.J. Abrams, quien viene de la televisión —es el creador de “Alias” y “Felicity”— fue a tomar la posta de este proyecto de $150 millones luego de que David Fincher y Joe Carnahan renunciaran por tener diferencias creativas con Tom Cruise... ($150 millones, compatriotas, es lo que el Perú exporta anualmente en madera, o el total facturado por el Mega Plaza de Lima norte durante el año pasado.) Entonces, como tercer director involucrado en esta película Abrams decide empezar de cero y se da el lujo de chotear un guion que ya había escrito el muy respetado Frank Darabont... Y las elecciones estéticas de Abrams son claras: en primer lugar, hacer que todo transcurra velozmente. En segundo lugar, hacer que todo aquello que no transcurre velozmente, sea interrumpido por algo que sí transcurre velozmente.

En serio. Hay una distinción interesante que hacer, sin embargo: en anteriores oportunidades me he quejado del gusto por la aceleración innecesaria, distrayente, en las películas de acción que se estrenan de un tiempo a esta parte. El ejemplo que yo recuerdo mejor es “Batman inicia” de Christopher Nolan, cuya edición estroboscópica encontré desesperante y finalmente aburridísima. Lo que aquella película exhibía como un ataque frontal a los sentidos, o algún otro término acuñado seguramente por un ejecutivo de la Warner Bros., era en mi opinión, simplemente, caos. Y es que existe, con respecto a las escenas de acción, un precepto básico: el espectador necesita saber qué está sucediendo... de otro modo el involucramiento será mínimo. Poder seguir con la mirada los movimientos de un personaje, sin que en el camino se interponga un plano de 1/4 de segundo con el detalle de una mano, por ejemplo, invita a la participación emocional. Y supongo que eso es deseable. En “Misión imposible 3” J.J. Abrams exhibe un extraordinario sentido del raccord y, aunque muchas de sus tomas duran menos de un segundo, existe orden. No hay arbitrariedad visual. Esa es la distinción que yo quería hacer: “Misión imposible 3”, a diferencia de la mayoría de filmes en su género, no ha sido acelerada en la sala de edición. Es una película acelerada. Angustiante, inclusive.

Suficiente con eso. Veamos. Jonathan Rhys Meyers (protagonista de “Match point”, en un papel terciario aquí) espera angustiosamente dentro de un auto junto con Maggie Q., su compañera de acción. Tom Cruise acaba de ingresar a un edificio vigiladísimo de Shangai para robar la codiciada Pata de conejo —en verdad se llama así: hablaré más sobre eso después— y necesita desesperadamente tener éxito. Porque si fracasa van a asesinar a su prometida. Nuestros dos actores aguardan instrucciones, están preocupados. Maggie Q., que por cierto tiene unas piernas sumamente apetecibles, empieza a decir algo para sí misma. No quiere llorar. “¿Qué pasa?” le pregunta Rhys Meyers. Entonces la actriz comparte un recuerdo de su infancia: ella tenía un gato. Cuando este gato se escapaba ella solía decir una oración, para encontrarlo. La oración que está repitiendo ahora mismo. “Enséñamela” susurra de inmediato el actor y entonces uno piensa “uno de esos momentos obligatorios” pero antes de que la actriz pueda responder nada suena eeeeeeeeek la radio del auto y Tom Cruise está gritando “ya tengo la Pata de conejo” y habrá una ventana rota y una caída suicida en paracaídas desde lo alto de un edificio...



Hay tres o cuatro secuencias en este filme que recurren a la misma estrategia: se establece un momento de calma solo para hacerlo trizas con un evento inesperado. Todo transcurre velozmente. Hay algo muy lúdico en este acercamiento al material, y eso es bueno: de hecho, todo el asunto de la Pata de conejo —aquel artefacto por el cual los miembros de Fuerza Misión Imposible arriesgan su vida durante los 126 minutos de proyección— es el ejemplo más claro y conchudo que recuerde yo, en películas recientes, de eso que Hitchcock popularizó con el nombre de McGuffin. Es decir, aquel elemento arbitrario de la historia cuya única utilidad es hacer que esta avance (“en las películas de ladrones el McGuffin es el collar de diamantes, y en las de espías el McGuffin son los papeles” explica Hitchcock en este artículo) y es tan obvia la función que tiene aquí la graciosamente llamada Pata de conejo —su función, como es obvio, es ser hallada tras increíble esfuerzo por Tom Cruise y sus amigos en un país remoto; su función, en última instancia, es permitir que la película exista— que nosotros, los angustiados espectadores, nunca llegamos a saber qué remichi es la graciosamente llamada Pata de conejo. Un frasquito de apariencia peligrosa, eso lo sabemos. Pero ¿qué hay adentro? No nos enteramos nunca. No importa. Eso es jugar. De hecho, “Misión imposible 3” arranca por el medio de la historia —un flashforward— y nos instala sin previo aviso en una de las secuencias más álgidas: a la cuenta de diez la prometida de Tom Cruise va a ser asesinada. Uno dos. Ante sus ojos. Tres cuatro. Y él no puede hacer nada para evitarlo. Y de pronto, en el punto más alto de la tensión, justamente allí, irrumpirán los créditos iniciales —la mecha que se enciende, como en la serie de televisión— junto con el archiconocido tema de Lalo Schiffrin. Uno no puede dejar de sonreír.


* * *


P: ¿Y quién desea la Pata de conejo?

R: El Villano, claro.

En este caso, un actor llamado Philip Seymour Hoffman. Su foto encabeza este artículo, y el siguiente es un pensamiento que apareció en mi cabeza mientras observaba su performance en “Misión imposible 3” —dado que el filme es promocionado de algún modo sinuoso como un duelo actoral: y el tipo que acuñó esta frase debió ser el mismo que escribió por primera vez dantesco incendio—: Tom Cruise y Philip Seymour Hoffman son excelentes actores, pero el primero es el chancón y el segundo es un actor nato. Se trata de una arbitrariedad mía, lo sé, pero hay un momento en este filme en el cual Seymour Hoffman, que ha sido apresado momentáneamente, mira a Tom Cruise mientras es escoltado hacia el carro celular... Es una mirada de reojo, que no se detiene demasiado, pero contiene todo aquello que un gran actor debe poseer en la mirada. Y aunque yo no podría explicar en qué consiste ese todo aquello, me alivia saber que muchos grandes cineastas tampoco han podido (podría decirse que esa es una de las razones por las cuales hacen películas: el cine de Bergman podría resumirse, tal vez, en un solo primer plano, una sola mirada interminable de Liv Ullmann.) Hay miradas, hay rostros, en los que la cámara parece sumergirse.

El rostro de Tom Cruise, por otro lado, es menos interesante desde un punto de vista cinematográfico: hay finalmente cierta cualidad angulosa en sus rasgos, una tensión en la mandíbula que yo me atrevería a llamar androide, y a mí me parece que es eso lo que vio Michael Mann en él cuando le propuso el rol de asesino imperturbable en “Colateral”... Manohla Dargis, la crítica del New York Times, escribió acerca de Tom Cruise en ese filme: “es un artista intensamente físico, en el cual sus músculos y cualidad atlética expresan usualmente los avatares internos de sus personajes más plausiblemente que cualquier línea de guion”. Yo quisiera destacar ahora esta definición: la encuentro certera, habla bien de lo que puede esperarse de “Misión imposible 3” y se relaciona con aquello de chancón: como es bien sabido, Cruise ejecutó sus propias escenas de acción, que son muchísimas, sin dobles. Además de eso, su compañía (Cruise/Wagner) es la productora del filme. Todos los actores han hablado en superlativo de la capacidad de trabajo de Cruise. Revisando mis notas de “Misión imposible 2”, estrenada en el año 2000, encuentro esto: “se ha hablado mucho del mérito de Tom Cruise por no haber recurrido a dobles en casi ninguna escena. Me pregunto yo: ¿y acaso le quedaba otra opción? Si las escenas físicas no hubieran sido hechas por él, probablemente ni siquiera hubiera necesitado aparecer en esta película.”

Lo mismo puede decirse de esta tercera parte. Es una película sumamente física, aunque no pretende convertir a Cruise en un superhéroe —aquel fue el resbalón de la segunda parte— ni cae en la auto parodia. El guion es mejor, además, y le devuelve a la franquicia aquello que era uno de sus atractivos mayores: se trataba de una película de equipo.



Bien. Algunas notas finales, antes de que este mensaje se autodestruya. Es una pena que Ving Rhames, en su tercera aparición en la franquicia, se encuentre en ella básicamente para pasmarse cada vez que Cruise intenta algo arriesgado. O sea, todas las veces. En ese sentido el cliché del agente negro como contraparte cómica del agente blanco —ejemplificado por los filmes de la serie “Arma mortal” u “Hombres de negro”— se encuentra presente, aunque bastante sublimado. Es decir: sin el humor. El score del filme es, me atrevería a decir, extraordinario, y al escuchar por primera vez los arreglos de cuerda para la secuencia de la fábrica uno no puede dejar de pensar en Bernard Herrmann (aunque mencionar a Herrmann sea ya un lugar común: sin embargo, es necesario anotar que el compositor para “Misión imposible 3” es nada menos que Michael Giacchino, a quien escucháramos hace poco en la soberbia “Los increíbles” de Pixar.) Finalmente, la película contiene escenas románticas que patinan por todo lo alto en su cursilería... Y es que en este filme Ethan Hunt, nuestro agente, está enamorado y va a casarse con Michelle Monaghan. El problema es que nuestro agente es interpretado por Tom Cruise, quien además produce el filme, y su necesidad de mantenerse como sex symbol lo conmina a incluir escenas que ensucian un poco, aunque no mucho, la pulcritud de este producto. En ese sentido una de las escenas finales —que no revelaré: digamos sencillamente que Russell deberá ayudar a Cruise— es hasta antipática, y la intromisión del piano con el tema romántico es precisamente eso, una intromisión.

Se trata de un reparo menor. La película está realmente bien, y a mí me parece que debería marcar el rumbo de las siguientes entregas. Es decir: coquetear con el estilo ‘James Bond’ (la diferencia sustancial es que el agente británico se solaza en la promiscuidad sexual, mientras que el norteamericano busca proteger a su chica: en esta película de men’s toys donde existe, por ejemplo, una máquina portátil capaz de crear una máscara con el rostro de alguien, lo más estimulante es lo primero) y además, mantener a un reparto sólido que apoye a Cruise mientras ejecuta sus cabriolas. Incluso sería apreciable mantener el ritmo que posee esta entrega: es cierto que la velocidad pasa su factura, y llega un punto en el cual la suerte de los personajes nos importa poco, pero eso no es tan grave. “Misión imposible 3” es entretenimiento superficial, e incluso olvidable, pero alcanza momentos verdaderamente asombrosos. En ese sentido se encuentra bastante cerca del “King Kong” de Peter Jackson, y es por ello una película recomendable. Ir a verla, una tarde en que no tenía otra cosa que hacer, me puso contento.

mayo 05, 2006

a partir de ahora...

...y dado el desborde de basurilla que el anonimato le permite a algunos usuarios --qué pena-- he habilitado la opción de "moderación" de comentarios"... lo cual me da hasta flojera, pero en fin. están bienvenidas todas las intervenciones, menos las idiotas.

saludos del
césar

abril 12, 2006



Estamos en el punto más álgido de la temporada electoral —nuevamente, debatiéndonos entre la democracia y el caudillismo— y dos películas recién estrenadas transcurren en medio de regímenes dictatoriales. Qué curioso. “V de Venganza” y “La Fiesta del Chivo” son dos vistazos a mundos sin democracia —dos vistazos al futuro, si la segunda vuelta favorece a cierto candidato... Ambos filmes hablan de la corrupción absoluta generada por los regímenes absolutistas, pero no tienen muchos más puntos en común: se trata de películas distintas en sus planteamientos y logros, y si la crítica no ha señalado aún el hecho de que ambas hayan llegado a cartelera precisamente en estos días es porque, lamentablemente, dichas cintas tienen muy poco que decir. Esta semana, además, se ha consolidado en cartelera un filme llamado “Hostal”, que llega con el sonoro auspicio de Quentin Tarantino —asupicio que ha demostrado redituar bien en taquilla— y del que podría decirse, rizando bastante el rizo, que trata también sobre la oposición a un régimen tirano: en este caso, un club que captura jóvenes mochileros con el propósito de torturarlos. Por puro placer. Esta película tampoco tiene nada que decir, pero me parece que no lo está buscando.

Lo que une a las tres películas que señalo, en todo caso, es que recurren al sentimiento de indefensión para que la audiencia se identifique con el héroe o heroína: cada cinta lo hace con suerte distinta y esta semana yo intentaré algo nuevo aquí: publicar tres comentarios breves en vez de uno largo. Seguiré el molde de aquello que los gringos llaman ‘capsule reviews’ pero que nosotros denominaremos sencillamente ‘pastillas cinematográficas’. Por cierto, se acerca la semana santa y en vez de ir al cine a ver cualquiera de estos filmes, cuyo interés es menor, yo propondría conseguir de algún modo el dvd de “La última tentación de Cristo” de Martin Scorsese, que se basa en la novela de Kazantzakis y coincide en varios puntos con el recientemente popularizado Evangelio de Judas. A diferencia de los ejemplos que siguen, se trata de una gran película.
V de Venganza

de James McTeigue
Con Hugo Weaving, Natalie Portman

Como suele suceder con las adaptaciones literarias —en este caso, la muy superior novela gráfica de Alan Moore— en su búsqueda por abarcarlo todo “V de Venganza” está siempre corriendo y al final no hay tiempo para involucrarse emocionalmente. Además, la edición se beneficiaría con una mayor austeridad de planos. La gracia está en los paralelos que se pueden establecer entre este gobierno de derecha que prohíbe el Corán, mata a los homosexuales y controla los medios de comunicación con el gobierno de Bush, a pesar de que el filme transcurra en la Inglaterra del futuro. Nuestro antihéroe no se saca nunca la máscara pero un buen trabajo de iluminación elude la inexpresividad (recordemos el problema que tuvo Willem Dafoe en el primer “Hombre araña”) y su propósito consiste básicamente en colocar bombas para destruir los símbolos del poder: los edificios públicos. Los paralelos siguen, como puede verse. El gran John Hurt, en un papel opuesto al Winston que interpretó en “1984” —inspiración obvia de la novela— es el canciller de pupilas dilatadas que grita sus órdenes por la telepantalla, y da la mejor actuación en este filme. Natalie Portman no llama la atención, lo cual probablemente sea responsabilidad de un director que no potencia el componente romántico, e inclusive erótico, del material. La película ha gustado mucho en Estados Unidos y uno no puede dejar de mirar con simpatía un filme donde la rebeldía consiste en escuchar a Ella Fitzgerald, pero la cinta se queda corta frente a sus pretensiones filosóficas. Las secuencias de acción, ahí nomás. Hubiera quedado mejor si la dirigían los Wachowski.
La Fiesta del Chivo

de Luis Llosa
Con Isabella Rossellini, Tomas Millian

Tan impresentable como el poster que la promociona, y hablada en inglés, esta película sobre la cruenta dictadura de Rafael Truhío tiene en “ineptitud” a la palabra que mejor la describe: casi todas las escenas están filmadas con la misma entonación y las actores luchan con líneas de diálogo demasiado monses para tratarse de una adaptación del libro de Vargas Llosa. Cada vez que Isabella Rossellini recuerda algo la imagen se quema, y aparece un sonido específico sacado de algún cd de efectos... pero Parker Lewis convirtió este recurso en un cliché rotundo hace más de una década. Aunque la estructura en flashbacks impide alcanzar una fluidez emocional, la mayor patinada de este filme se encuentra en la dirección: Llosa desconoce el poder de no mostrar y nos regala escenas como aquella en la que el dictador, pegada su oreja indiscreta a un teléfono y sacando el culo, luce francamente ridículo. La decisión de mantener al buen Tomas Millian en movimiento y seguirlo mediante travelling en varias escenas es errada: le resta poder (véase "El padrino", "El silencio de los inocentes", etcétera: la inmovilidad es siempre intimidante) y a fin de cuentas el guion hace difícil entender la relación entre este dictador y su pueblo. En medio de todo destaca una buena escena: la cruel violación de una adolescente Stephanie Leonidas, que merecería estar dentro de otra cinta. Poco más puede rescatarse de este telefilme travestido, donde cansan la reiteración de primeros planos, la iluminación funcional, la música invasiva y el poco sentido del ritmo. Las muertes, naturalmente, abundan en balas y están filmadas en cámara lenta. El mejor trabajo de Llosa sigue siendo “Anaconda” y eso es decir bastante.
Hostal

de Eli Roth
Con Jay Hernandez, Derek Richardson

“¡Quiero sentir!” exclama un hombre que ha decidido enfrentarse al ennui de la sociedad moderna torturando y matando a un desconocido. Esta línea resume bien la intención del filme: el estímulo cinematográfico se ha desgastado (hace tiempo que las películas de terror no aterran a nadie) y hay que despertarlo nuevamente. Mediante lo grotesco, en este caso: estamos frente a una película gore, que huele a camal, donde la sangre y vísceras abundan pero que en contra de las expectativas no genera miedo sino aprensión. Para lo que se quiere lograr, sin embargo, no está mal del todo: uno puede imaginarse a Quentin Tarantino —productor y mentor de este filme— riendo a pierna suelta cuando la sangre de un cuerpo que acaba de hacerse pedacitos salpica a los transeuntes en una estación ferroviaria. Resulta curioso tener en cartelera un filme donde uno de los dilemas del personaje es cómo hacer para recoger sus dedos... y esa supuesta novedad es la que debería compensar la total ausencia de psicología o profundidad en esta cinta. La turista japonesa, por ejemplo, es un maniquí cuyo propósito consiste en generar asco: y es que “Hostal” está inscrita nítidamente en la tradición del exploitation que tanto ama Tarantino. De hecho las deudas con este director (y con Takashi Miike, quien además hace un cameo) son evidentes: allí están las torturas a lo “Perros del depósito”, el corte del tendón de Aquiles o la pantalla completamente en negro a lo “Kill Bill”. A su modo retorcido la película es incluso divertida, pero el sensacionalismo hace que la suerte de los personajes importe muy poco. La cinta es basura de buena calidad, pero basura al fin y al cabo.


Michael Ciment: Los pasatiempos de Alex (protagonista de “La naranja mecánica”) son la violación y Beethoven. ¿Qué cree que implica eso?

Stanley Kubrick: Creo que sugiere el fracaso de la cultura para mejorar moralmente a la sociedad.

abril 11, 2006

qué ternura

[mensaje en mi buzón personal]
Para empezar dime a quien chucha le has ganado para que te des el lujo de criticar una película, pareces una persona que no ha tenido infancia y no sabe apreciar lo bueno. Maldito a mi si me gusta la película.

abril 01, 2006

lluvia de estrellas




esta semana que pasó vi muchas películas. demasiadas. hay algo que yo considero un tanto peligroso en ese escapismo, pero por ahora no me interesa mucho. de cualquier modo aquí está mi ranking, en orden de llegada:

Exotica (Atom Egoyan, 1994)
The text of light (Stan Brackage, 1974)
The war game (Peter Watkins, 1965)
I walked with a zombie (Jacques Tourneur, 1943)
Serene velocity (Ernie Gehr, 1970)
Benny's video (Michael Haneke, 1992)
Kes (Ken Loach, 1969)
Les glaneurs et la glaneuse (Agnes Varda, 2000)
Les glaneurs et la glaneuse... deux ans après (2002)
Short cuts (Robert Altman, 1993)
Metallica: Some kind of monster (Joe Berlinger & Bruce Sinofsky, 2004)
Wings of hope (Werner Herzog, 2000)
Innocence (Lucile Hadzihalilovic, 2004)
Häxan (Benjamin Christensen, 1922)

"The text of light" de Brakhage, ha sido de lejos una de las cosas más hermosas que he visto no solamente este año, sino desde que empecé a ir al cine. no quiero hablar del filme porque no existe nada que decir acerca de él. Brakhage es un explorador y uno de los grandes cineastas de los últimos 500 años. su cine no se parece a nada que haya visto yo antes, y le habla directamente a las células...


entre las películas de cartelera, la única que me ha gustado de verdad ha sido "Match point" de Woody Allen () que es una obra maestra, para mi gusto muy superior a "Crímenes y pecados" y ciertamente lo mejor que ha hecho Allen en su veta 'seria' desde "Maridos y esposas". qué tal película, puta madre. salí temblando del cine. ojalá Woody pueda seguir filmando hasta que cumpla 120 años...