noviembre 24, 2005

Kung-Fusión

Director: Stephen Chow
Con: Stephen Chow, Xiaogang Feng, Wah Yuen, Zhi Hua Dong
Calificación: dos estrellitas y media


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“¡Ta qué alucinante...!”

Así decía —perdón, así gritaba— el muchacho que se sentó detrás de mí, jalándose de los cabellos seguramente, enganchado con la película como pocas veces puede verse: yo diría incluso que se había puesto de pie cuando, alrededor del minuto 80 de “Kung-Fusión” nuestro héroe recibe una patada que lo bota al cielo, que literalmente lo dispara hasta el cielo, pero entonces él se endereza en el aire, apoya el pie derecho en un águila que está pasando por ahí para elevarse un poquito más, sereno, meditando, y ve en una nube el rostro de Buda, hace una reverencia a no sé cuántos kilómetros del suelo antes de empezar a caer, para lo cual nuestro héroe se pone de cabeza y va precipitándose ññññññíííííaaaaa porque está a punto de contraatacar violentamente, su caída es tan veloz que le sale fuego de los dedos y sí pues: qué alucinante.

Más o menos así son los noventa minutos de “Kung-Fusión” (que, por si no lo adivinaron, es una película de kung-fu) y eso es una buena noticia: he aquí un filme rebosante de ideas, con una puesta en escena original y el suficiente amor por sus personajes como para hacer que nos importe un poquito lo que les sucede. Al menos durante un rato. Pongamos como ejemplo a esta señora:

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Ella es la dueña de un conjunto habitacional en Hong-Kong y en ningún momento, a lo largo de todo el filme, va a sacarse ese cigarro de la boca: en “Kung-Fusión” los personajes se definen por atributos visuales antes que psicológicos. Son caricaturas, pero en un sentido entrañable del término... ¿Creerían ustedes que esta señora, conocida en el filme sencillamente como La Casera, es una maestra consumada en las artes del combate? Quienes vayan a ver la película probablemente sonreirán ante una pregunta como esta.

La historia es sencillísima: los Buenos deben pelear contra los Malos. Ya está. En este caso, los Malos son los temibles miembros de la Banda del Hacha, y los Buenos son los residentes de un conjunto habitacional que tiene el mismo feeling naif de la vecindad del Chavo: las opciones de escenografía y de iluminación hacen de este lugar, donde se desarrollarán la mayoría de las luchas, un espacio amigable para la fantasía.

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Lo que me gusta de “Kung-fusión” es que no tiene vergüenza de ser lo que es: una película adolescente, hiperkinética, enamorada de la acción por la acción misma y situada en un mundo en el cual, por ejemplo, las discusiones maritales se resuelven con golpes de kung-fu... Todos: mujeres, ancianos, niños, saben artes marciales en “Kung-Fusión”, todos hacen con la ley de la gravedad lo mismo que hizo Fujimori con la Constitución: zurrarse en ella. Si yo tuviera 14 años, este es el tipo de filme que iría a ver al cine una y otra vez, tratando de aprenderme los diálogos y cada una de las secuencias de lucha.

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Estoy hablando de esta película y no menciono lo que es casi su atributo principal: su sentido del humor. Hay en “Kung-Fusión” momentos graciosos, momentos muy graciosos e, incluso, momentos sublimes. La risa proviene de nuestro asombro ante lo que vemos, ante la aparente imposibilidad de lo que vemos pero que igualmente sucede, y esa es una de las risas que más se agradecen en el cine. Piensen en Buster Keaton, por ejemplo. Buena parte del mérito en esta área le corresponde a Stephen Chow, quien no solo es el protagonista del filme sino su director, y quien ya nos entregara antes un filme delicioso como “Shaolin Soccer”.

“Kung-Fusión” hace de la exageración, pues, una virtud. Resulta obvio que hay un trabajo inmenso de arneses, de chromas, de efectos especiales y de post-producción pero no nos importa porque el filme nos ha colocado en una situación muy deseable: la de sorprendernos cada veintitres segundos, aproximadamente. Es más, el planteamiento de los personajes —que van sacando nuevas armas y golpes secretos a medida que las peleas se hacen más cruentas— hace pensar en videojuegos como Street Fighter, por ejemplo. La fotografía que pueden ver a continuación, de hecho, corresponde a una antiquísima modalidad de lucha de alguna desaparecida escuela de kung-fu y se llama “El Ataque del Sapo” o algo así (vamos, si hubo una “Patada de la grulla”...)

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En fin. Con lo mucho que me gustó “Kung-fusión” —sí, es aquí donde hablo de mis reparos— esta suerte de estética del videojuego hace del filme, finalmente, una experiencia repetitiva. “Kung-fusión” está construida como una cinta permanentemente al tope, siempre en clave alta. Pues bien, incluso las montañas rusas necesitan de algunos momentos de lentitud para que aquellos que buscamos, los vertiginosos, existan: cuando todo, absolutamente todo, es grito, patada y puñete uno puede llegar a desconectarse (es verdad que hay una pequeña historia de amor por allí, pero no pesa mucho.) A mí la película se me hizo un poco larga precisamente por eso pero, oye, ya no tengo catorce años. Y ese es un defecto mío. Ver a estos personajes sacando trucos y más trucos, transformándose para impresionar al oponente —y al espectador— me hizo recordar aquellos juegos de yan-kem-po que terminan mal. Si, por ejemplo, uno de los jugadores saca papel y el otro tijera, lo que el primero deberá decir es “pero entonces yo me transformo en volcán y derrito tu tijera”. El otro responderá entonces “y yo me transformo en mar y te enfrío”. Ante tamaña afrenta, el primer jugador podrá decir que se transformará en gigante y se tomará el océano. Bueno, el juego termina cuando cualquiera de los oponentes se transforma en Dios. Algo así estaba esperando yo que sucediera en “Kung-Fusión” pero, claro, puede que no sea muy entretenido verlo en una película si no da un triple salto mortal y derriba a diecisésis oponentes de una patada.

noviembre 08, 2005

El cadáver de la novia

Dirigida por Tim Burton y Mike Johnson
Voces de: Johny Depp, Helena Bonham Carter, Emily Watson, Christopher Lee

Calificación: dos estrellitas


He aquí —en exclusiva, para los fieles seguidores de esta columna— una fotografía del avant-premiere en Lima de “El cadáver de la novia”, la película que todos los chicos estaban esperando. Como podrán apreciar, estos pequeños cinéfilos aún no salen de su asombro luego de ver el filme. Interrogados a la salida, Claudita (7) y Nano (4) dijeron que la experiencia “los había transformado”. Realmente.

La nueva entrega de Tim Burton se llama “El cadáver de la novia” y es una película de animación en stop motion. O sea, cuadro por cuadro. Fotograma por fotograma, si prefieren. En este tipo de películas, los personajes que vemos en pantalla existen realmente fuera de ella: son muñecos. Hechos de metal y silicona, en este caso. Los animadores construyen a los personajes, luego construyen los sets y a continuación filman la película entera, rebosantes de paciencia. Y es que la filman cuadro por cuadro. Pues, para crear la ilusión final del movimiento continuo, los animadores deben mover a los personajes de a poquitos, un cuadro por vez...

Un segundo de cine consta de 24 cuadros o fotogramas. Un día de chamba intensa en stop motion produce, más o menos, tres segundos de película.

Se trata de un acto de amor.


“Hay algo maravilloso en poder tocar y mover físicamente a tus personajes” dice Burton, y uno puede entenderlo. Sucede además que el stop motion posee una cualidad sobrenatural: el movimiento de los personajes, cuando finalmente los vemos en pantalla, no es fluido del todo. Esta animación, que ha sido hecha a mano, a lo largo de varios días, posee una cualidad profundamente humana: la imperfección. Algo impensable dentro de la animación convencional (pensemos por ejemplo en “Madagascar” o “Buscando a Nemo”, películas creadas en los espacios virtuales de ordenadores perfectos, casi desesperadamente perfectos... películas que constituyen, desde el estreno de “Toy story” hace ya diez años, lo convencional).


O SEA QUE UNO VE “EL CADÁVER DE LA NOVIA” y siente algo raro detrás de los ojos. La manera de moverse de los personajes, su textura, el modo en que las luces de verdad caen sobre ellos de verdad y los iluminan de verdad... todo esto es muy inusual. Crea cierta tensión. Es fácil creer que estamos asomando a otro mundo, y esa es una de las cosas más hermosas que pueden suceder en el cine. La secuencia inicial de créditos, por ejemplo, con estos dos personajes cortando mecánicamente cabezas de pescado, sería sumamente apta para el hipnotismo.


¿Es eso motivo suficiente para recomendar “El cadáver de la novia”? Lamentablemente, no.

Ya está. Luego de un preámbulo emocionado de cuatrocientas palabras, declaro que la película me dejó un sinsabor... Tal vez esperaba demasiado, sobre todo después de haber visto el filme anterior de Burton, “Charlie y la fábrica de chocolates”, que en mi opinión es uno de los mejores estrenos de este año. En todo caso, si se trata de ir a ver stop motion, ahora mismo tenemos en salas una cinta muy superior a “El cadáver de la novia”. Se llama “Wallace y Gromit: la batalla de los vegetales”.

Más sobre eso después. Digamos simplemente que la última película de Tim Burton —a pesar de lo mucho que pueda entusiasmar su proceso de creación— es un poco monse. Es fácil admirarla, pero resulta extremadamente difícil quererla. Y es que la cinta falla porque no permite que nos involucremos con la historia, o que nuestras emociones hacia estos personajes crezcan. Yo encuentro aún increíble que, tratándose de un filme que demoró casi tres años en hacerse, a nadie se le haya ocurrido trabajar un poquito en el guion...

(Historia. Un joven, luego de arruinar los ensayos de su boda, es enviado al bosque a practicar sus votos. Al hacerlo, coloca el anillo en una ramita... ¡que resulta ser el dedo extendido de la Novia Muerta! Ella lo conducirá al Mundo de los Muertos, donde serán felices por siempre...)

Prometedor. La historia, extraída del folklore judío, tenía muchas posibilidades. Pero su desarrollo en este filme es poco ambicioso: de hecho, ninguno de los personajes en esta película siente emociones intensas. Por un momento da igual si Víctor, nuestro héroe, se queda con esta atractiva Novia Muerta o regresa al Mundo de los Vivos a luchar por su dizque verdadero amor. Y da igual porque el guion no establece situaciones que nos hablen de amor, o cualquier sentimiento parecido. Un ejemplo: cuando Víctor se reencuentra en el Más Allá con su perro, muerto cuando él era niño, apenas muestra alguna emoción. ¡Su perro, que él quería tanto! Este solo incidente, de hecho, tiene tantas posibilidades cinematográficas que el mismo Burton dirigió, en los inicios de su carrera, un corto sobre un niño que resucita a su perro atropellado: “Frankenweenie”. Pero parece que él ya se olvidó.

Otra cosa. Los números musicales son innecesarios en buena parte, y logran aquello que los filmes menos afortunados de la Disney lograron en su momento: ahogar el ritmo, es decir, impedir que la película avance. La partitura de Danny Elfman, colaborador habitual de Burton, resulta correcta y guarda semejanzas —chequear la canción “Remains of the day”— con aquella compuesta para “Charlie y la fábrica de chocolates”, pero esta película necesitaba de números musicales que narraran, no que ilustraran.


¿Cuál es la explicación de todo esto? En mi opinión, lo que sucede es que Tim Burton ha querido hacer, por primera vez, una película para niños. Y “El cadáver de la novia” lo es: probablemente muchos pequeños la disfruten, pero recordemos que muchos pequeños estarían igual de contentos viendo “Súper escuela de héroes” o cualquier otra cosa que se acompañe con canchita. Y no, a pesar de su título la película no asusta, ni es agresiva. No hay en ella nada que no pueda verse en cualquier canal infantil... Uno puede imaginarse a Burton buscando que su película no fracase en taquilla, como sucedió con la inmensamente superior “El extraño mundo de Jack” —demasiado cruel, dijeron— y esterilizándola un poquito, recortándole los bordes para que le vaya mejor con el público. Pero en el camino el filme perdió gracia. Es más, yo diría que por primera vez este gran director de cine ha cometido aquel pecado de la autoreferencia fácil que señalaba Buñuel: Burton ha hecho un filme de Burton.

Puede que sea verdad. Aunque el diseño de arte en “El cadáver de la novia” es impresionante, no hay nada que no hayamos visto antes en “Beetlejuice” o “El extraño mundo de Jack” —películas adorables por su carácter adolescente, no infantil. Y, siendo este un filme en el cual hay tanto amor por el arte de la animación, resulta muy difícil encontrar en él pasión alguna. ¿Existe una intención artística o algo así detrás de esta empresa?

No lo sé. Hay que ver “El cadáver de la novia” como lo que es, entonces: una correcta película de animación en stop motion, hecha con una habilidad técnica admirable pero que nadie recordará dentro de un mes. Cosa que no sucederá, creo yo, con estos dos tipos:


Sí. Ellos son Wallace y Gromit, y están hechos de plastilina. Cuando la cámara hace un primer plano de alguno de sus rostros, podemos distinguir las leves huellas que los dedos de los animadores han dejado allí, mientras van dándoles vida. Wallace tiene los dientes como un tablero de chiclets, Gromit no tiene boca. Me recuerda a Snoopy. He aquí una película con un mundo propio, divertida e ingeniosa. “Wallace y Gromit: la batalla de los vegetales” es un filme honesto, y eso es algo que yo no podría decir de “El cadáver de la novia”. Quizás la película de Burton resulte más popular, pero esta es la mejor. Vayan a verla.