diciembre 27, 2005

jessica lange en "king kong"


aquí, a la derecha, les dejo algunas fotos de quien en algún momento fue la mejor actriz del mundo. jessica lange tenía 26 años cuando debutó en el cine con "king kong".

diciembre 26, 2005

King Kong

Dirigida por Peter Jackson
Con: Andy Serkis (expresiones faciales y voz de Kong), Naomi Watts, Jack Black, Adrien Brody
Calificación: tres estrellitas



uno

“Es un chiste que puede hacerte llorar”. Con estas palabras Pauline Kael, la famosa crítica de cine estadounidense, habló del “King Kong” de 1976 producido por Dino de Laurentis. Se trataba, evidentemente, de un elogio. Aunque la película fue recibida con tibieza por casi todo el resto de críticos —y probablemente ustedes la recuerden: entre otras cosas, Jessica Lange hacía su debut cinematográfico— a mí me pareció una obra maestra. Claro, yo la vi cuando la pasaron en televisión. A los diez años. Y a esa edad cualquier filme con un gorila del tamaño de un edificio y una chica semidesnuda es una obra maestra. En todo caso, así lo era en la década del ochenta para un pre-adolescente como yo... Y menciono esta película filmada hace casi treinta años, porque es el referente inmediato con el que cuento para hablar del “King Kong” que tenemos hoy en cartelera, dirigido por Peter Jackson.

Pero vamos despacio: el filme que acaba de estrenarse dura tres horas. Hay su tiempo.

Podemos, incluso, ir un poco más atrás.

...“¡les he traído la prueba viviente de nuestra aventura!” anuncia el hombre de traje. Y el público en el teatro aguanta la respiración. Las cortinas se abren, allí está el gigantesco primate: Ann, la heroína interpretada por Fay Wray, se encuentra cerca del estrado. “He aquí a la Bella y a la Bestia”. Cegado por los flashes de las cámaras, furioso, Kong —que en realidad es un muñeco de 45 cms. cubierto con piel de conejo— rompe sus cadenas y el público en el teatro grita, aterrorizado.

Es 1933. La película es en blanco y negro. Pero seguramente la audiencia que está viendo este primer “King Kong” grita también... Y aunque es imposible meternos en la cabeza de una persona de 1933 —entre otras cosas, el umbral de asombro con respecto al cine ya fue alcanzado: sería muy difícil, en el año 2005, encontrar espectadores que se desmayen en la sala al ver una película de monstruos por ejemplo, cosa que sí sucedía hasta la década del setenta— y es imposible, por tanto, saber qué insólitos terrores zumbaban en las cabezas de los habitantes de aquella época, nosotros podemos imaginarnos la escena... Recordemos: el cine era un entretenimiento relativamente nuevo. “Blanca Nieves y los Siete Enanos” aparecería recién en 1937, “El Ciudadano Kane” no vería la luz sino hasta 1941. “King Kong”, de 1933, es un logro del arte cinematográfico. Según el estadounidense Roger Ebert, el filme es “el padre de Jurassic Park, de las películas de Alien y de todas aquellas historias en que los héroes son aterrados por efectos especiales”. Por primera vez se recurrió al stop-motion —hemos hablado de esta técnica al comentar “El cadáver de la novia” de Tim Burton— en gran escala. Y lo que se obsequió al público fue una historia fascinante.

Tanto así que setenta años después, un neozelandés llamado Peter Jackson, aún fresca la impresión que produjo su trilogía de “El señor de los anillos”, empieza a filmar un remake. Ya vamos a llegar allí.

...pero fue la película de 1976 la que más me impresionó a mí. Cuando la veo en retrospectiva encuentro en ella no solamente humor involuntario, sino también una ingenuidad que deslumbra. Es cierto que se trata de frutos de la época pero no por ello resultan despreciables...

Dino de Laurentis, por ejemplo. Este mítico productor de cine anunció la construcción de un robot de quince metros de altura que encarnaría al primate de su película: empresa descabellada por donde uno la mire, empresa que obviamente fracasó. (Un robot. De quince metros de altura. Que además actuaría. Ya...) El robot terminó construyéndose pero casi no pudo utilizarse durante la filmación, y aunque la película recibió mucha publicidad por sus efectos especiales básicamente lo que se veía era a un actor dentro de un traje de gorila... Mas no era a eso a lo que yo quería referirme. Quería referirme a la sexualidad. Porque “King Kong” es una historia abiertamente sexual —y alguien podría argüir que todas las grandes historias son sexuales...

Fay Wray, Jessica Lange. Se sabe que la primera fue olisqueada por Kong: con su oscuro dedo el simio recorrió el cuerpo diminuto, luego acercó ese dedo a su nariz... Dicha escena fue censurada en la versión de 1933. Y Jessica Lange fue desvestida por Kong en 1976. No completamente, desde luego. Solo lo suficiente.

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La pulsión sexual que hay en esta relación simio – humana (si se prefiere: amo - esclava) resulta tan evidente que en el “King Kong” de 1976 termina siendo trágica: hay una escena imborrable en la cual Jessica Lange, sobre la negra palma de Kong, se baña bajo el chorro de agua de una catarata, y pocas escenas como esa en el cine de los setenta. Otra cosa. Hay quienes, como Bosley Crowther, ven en “King Kong” desde una alegoría del hombre negro “que es sacado de la jungla y llevado encadenado a los Estados Unidos, donde sirve a un amo blanco que lo explota” hasta una historia de sexo frustrado. Y podríamos añadir, solo por el placer de provocar, que “King Kong” puede leerse también como una parábola sobre el miedo del hombre blanco a la raza negra, y a su comúnmente atribuida potencia sexual. Kong se roba a la mujer blanca. El Empire State es un símbolo fálico. Kong trepa hasta lo alto. Unos avioncitos le disparan.

Dato antojadizo: dicen que esta era la película favorita de Adolph Hitler.

...como sea, hay algo en “King Kong” eminentemente triste, y eso lo recogen las tres versiones que se han hecho hasta ahora. Esta es la historia del niño que quiso casarse con una muñeca. Vino un adulto y le pegó. Es, efectivamente, un chiste que puede hacerte llorar.

Pero hay algo más, y esta es la razón por la cual me remito tercamente a la versión de 1976: existe algo excesivo en esa película, un espíritu que la versión de Peter Jackson no posee por más poblada de dinosaurios que se encuentre. Y es que películas como aquella son impensables hoy en día. Hace treinta años, si alguien quería filmar a un gorila gigante el construirlo estaba dentro de la lógica. Esa manera de pensar ya no existe en el cine. No en Hollywood, al menos. Comparemos la fotografía anterior de Jessica Lange, sobre una mano mecánica, con esta de Naomi Watts durante el rodaje de una escena parecida. Desde luego, lo que hay es un enorme espacio verde para rellenar digitalmente. Ni siquiera existe una mano. Quizás ahora todo luzca mejor en pantalla, pero a mí sigue fastidiándome vivir en una época en la cual hasta los efectos especiales empiezan y terminan frente a un ordenador. Y es que la digitalización del cine ha eliminado el riesgo: si los productores quisieran hoy en día hacer algo diferente solo tendrían que invertir más dinero, comprar más computadoras y contratar a más artistas para que trabajen. Con un mouse. Bajo esta óptica un filme como “Fitzcarraldo”, de Herzog, es una reliquia de la época pre-informática.

El cine ha cambiado, y eso es irreversible.

(continuará)
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King Kong [continuación]

dos

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Otro ejemplo: el “King Kong” de Peter Jackson está prácticamente limpio de insinuaciones sexuales. De otra manera su rating de PG-13 (en la práctica, “apta para todos”) peligraría. Y, como anota el conocido Jay Epstein en su página web sobre tendencias en Hollywood, “el sexo en las películas, sobre todo si resulta en un rating ‘R’ o ‘NC-17’ es un triple inconveniente: fastidia en los cines, luego en las tiendas de alquiler de vídeo y finalmente en la exhibición por TV”. Vale decir que el “King Kong” que tenemos en cartelera es una película familiar. Incluso hay una versión doblada. Se trata de una opción perfectamente válida, dicho sea de paso. Es más: se trata de una opción que funciona. Yo solo quería señalarlo.

Bien. El “King Kong” que tenemos en cartelera se sitúa en la década del treinta, que es la época en la cual transcurre el filme original. Durante la Gran Depresión. Aquí el director de cine interpretado por Jack Black tratará de completar una película que sus financistas quieren cancelar... Necesitado de una actriz protagónica, recogerá literalmente de la calle a Naomi Watts: saldrán entonces en barco, rumbo a una locación exótica, distinta. La Isla Calavera. Los acompañará en el viaje el guionista, Adrien Brody.

Image hosted by Photobucket.comComo han señalado casi unánimemente los críticos, Jackson se toma sus buenos cuarentaicinco minutos antes de que siquiera veamos al monstruo. Es un acierto, desde luego: crea expectativa, y permite que nos involucremos un poco más con las emociones de estos personajes que nos acompañarán en la travesía. Aparecerá aquí la atracción entre Brody y Watts —trabajada elementalmente, toscamente... Pero hay algo adicional que yo considero interesante, y es que esta primera parte le permite a Jackson establecer el tono de su película: es un tono alejado del realismo. La paleta de colores, por ejemplo, con esos rosados en el cielo de New York, es bastante más cercana al universo del comic y la misma elección de actores habla de cierta búsqueda estética. Véanse los rostros perrunos de Jack Black y Adrien Brody como protagonistas (pekinés y galgo español, respectivamente) o la inclusión de un personaje caricaturesco como Lumpy, el marinero. Se trata de Andy Serkis, el mismo actor que presta su gestualidad a Kong.

Sí. Al igual que en “El señor de los anillos”, he aquí a un actor humano —Serkis interpretó a Gollum en aquella trilogía— prestándole su espíritu a una creación virtual. Puede sonar novedoso, pero esto se ha hecho desde los inicios del cine: la misma “Blanca Nieves” de Disney fue creada rotoscopizando a Marge Champion.

Image hosted by Photobucket.comTal y como lo veo yo, Peter Jackson quiere hacer una matinée de domingo. Quiere —qué tremenda confianza en sí mismo— divertirse. Los espectadores que conocen a este director a través de la trilogía de “El señor de los anillos” podrían sorprenderse, puesto que aquellas eran películas escasas en humor, después de todo. Convendría recordarles que Jackson empezó su carrera haciendo películas gore: películas festivas en su regodeo con la sangre y las vísceras como “Bad taste” (“Mal gusto”) o “Braindead” (estrenada en algunos países como “Tu mamá se comió a mi perro”). La secuencia en la cual aparecen los nativos y se enfrentan a la tripulación, por ejemplo: fácilmente podría estar dentro de cualquiera de las películas que hizo Jackson en sus inicios. Inclusive el uso de la cámara, con sus barridos violentos, resulta lúdico.

Y todo esto, sin embargo, es la preparación para encontrarnos con el verdadero protagonista del filme.

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Los fans que habían visto los trailers antes del estreno se quejaron por la falta de realismo en este protagonista, habitante de una isla detenida en la prehistoria llamada Isla Calavera. Hubo, incluso, el temor de que la película resultara un nuevo “Hulk”. Detengámonos, entonces, en esta fotografía promocional del filme. Al igual que las demás instantáneas de Kong, asemeja un dibujo: muy detallista y muy bien coloreado, pero dibujo al fin.

Y es que la animación digital está aún en sus inicios. Después de todo el filme pionero en el campo, “Jurassic Park”, data apenas de 1993.


tres

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Kong, como animal parido por un ordenador, como simulación de algo real, es lo mejor que se haya visto nunca en la historia del cine.

Pero sigue notándose que es simulación... En contra de mis expectativas el gorila funciona mejor en primer plano, y la manera como Andy Serkis ha sabido traspasarle su gestualidad —gracias a un complicado sistema de captura de expresión facial— es realmente impresionante. Hay momentos en que uno se la cree. De verdad. La película sufre en el aspecto técnico, sin embargo, de algo que aquejaba también a la trilogía de “El señor de los anillos”: de una excesiva pixelización. Algo no funciona del todo cuando los artistas trabajan frente a un monitor de 19” efectos especiales que luego se verán en un ecran de varios metros de diagonal. El fuego en esta película, por ejemplo, sigue pareciendo una textura sacada del CorelDraw.

Image hosted by Photobucket.comEn fin. Sublimada la pulsión sexual de la historia Jackson opta por crear un retrato acerca de la empatía entre una mujer y el animal que la ha salvado del peligro. Y efectivamente Kong rescata innumerables veces a Ann: de los dinosaurios que viven en esta isla y que están ansiosos por comerla —hay algo que remite a las pesadillas de la infancia en este temor a ser comido por un monstruo— y de caer en los oscuros abismos de la jungla... Y si uno finalmente comprende el interés de esta muchacha por Kong es debido a que el simio ha arriesgado su vida por ella. Repetidas veces. Nuestro monstruo es el arquetipo del macho y el director ha elegido, como tercer vértice en este triángulo amoroso, a un desmirriado Adrien Brody. Qué interesante.

Sucede otra cosa en el filme, que a mi modo de ver es sumamente estimable: este gorila se transforma de pronto en un símbolo. Es la materialización de aquel deseo humano de contar con una fuerza superior, que nos proteja de todo mal. Sin este componente el filme no funcionaría... De cualquier modo, Peter Jackson ha construido una película que sigue teniendo la forma de un triángulo amoroso, aunque se trate de un triángulo más bien platónico —debemos anotar que en 180 minutos de película hay solamente un beso, y que finalmente el tratamiento romántico está más acorde con el cine de la década del treinta, donde la acción se sitúa, que con el año 2005: el enamoramiento del guionista Adrien Brody resulta completamente inverosímil, por ejemplo— y por ello su “King Kong” es un filme que habla mucho más acerca de la conexión emocional que puede darse entre una mujer y un animal, que acerca de las fantasías sexuales que habitan al género humano: ser protegida, de un lado, y tener prisionero al objeto amado, del otro. Existe, de hecho, una escena bellísima en su carácter fraternal dentro de esta película: una escena en la cual Kong y Ann contemplan cómo se pone el sol en la jungla. Es un aporte de Jackson al material original, y le otorga una dimensión nueva a la historia. He aquí a un ser capaz de apreciar la belleza. Y eso lo emparenta con los hombres.

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Eso no es todo, pero hace mucho que la extensión de esta reseña sobrepasó el límite del buen gusto. Como tiro de gracia, quisiera decir que con “King Kong” Peter Jackson demuestra nuevamente un manejo extraordinario del ritmo cinematográfico: aunque es cierto que su película aburre un poco en los primeros minutos —cuando los efectos especiales aún no entran en juego— luego de eso la narración es puro placer cinematográfico. A saber: el placer del movimiento y el placer de la sorpresa. Queda para la memoria, por ejemplo, aquella secuencia de terror hilarante en la cual la expedición que se ha aventurado en la Isla Calavera es atacada por gusanos y arañas gigantescas: a diferencia de las secuencias de acción anteriores, aquí Jackson contrapone un tono distinto, y eso es sabiduría en el manejo del ritmo: omite la grandilocuencia que la música ha tenido hasta ese momento y deja que una melodía calma, trágica, se superponga a los gritos de auxilio de este grupo humano condenado casi de antemano a la muerte. “King Kong” es entretenimiento superficial, cierto, pero es el entretenimiento superficial más extraordinario que haya visto yo en años.

diciembre 16, 2005

En sus zapatos

Dirigida por Curtis Hanson
Con: Cameron Diaz, Toni Colette, Shirley MacLaine
Calificación: tres estrellitas


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A mi modo de ver, la fórmula es sencilla: consigue un buen guion y consigue a un buen grupo de actores. En ese orden. Si las cosas van bien, probablemente ni siquiera necesites a un director particularmente talentoso.

...Y aunque hay excepciones a esta fórmula —ahí está la extraordinaria “Vera Drake” de Mike Leigh, que invierte el orden y empieza su creación en el casting— y aunque en este caso el director es alguien de la talla de Curtis Hanson, creo que mi generalización es válida: estamos tan acostumbrados a ver películas concebidas en el departamento de marketing de algún estudio que un filme como “En sus zapatos” descoloca. (Claro, navegando en internet uno descubre que se trata de un proyecto personal de Cameron Diaz, quien buscó a Curtis Hanson, quien se venía de dirigir a Eminem en “8 Mile”, y quien finalmente convenció al estudio para que diera la luz verde... “Solo si la película no cuesta mucho” le dijeron. Todos cobraron menos de lo habitual. Lógico.)

Cameron Diaz es la hermana egocéntrica, irresponsable, dependiente. Evidentemente hermosa —hay una característica levemente masculina en el rostro de Cameron Diaz, cierta insinuación entre la nariz y los ojos: ese diminuto desliz es lo que hace de su cara algo memorable, en mi opinión... Toni Colette es más bien una abogada tímida. A workaholic. Diaz es presentada con la canción “Stupid girl”, tiene un reencuentro con la gente de su colegio, se emborracha y acaba teniendo sexo en el baño con un cualquiera. Hay una locución en off de tono irónico, y nosotros pensamos: esto lo hemos visto antes en otras películas. Expulsada de la casa paterna por difícil, Diaz se quedará donde su hermana y desbaratará todo...

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Como puede apreciarse, los primeros treinta minutos de “En sus zapatos” establecen una situación cinematográfica de fórmula (de hecho se trata de un chick-flick o filme de mujeres) y, con sinceridad, a mí se me ocurrió que estaba viendo una comedia algo desteñida pero de pronto aparece la primera Situación Dramática...

Ustedes lo han visto en los avances: despechada porque su hermana la acaba de botar del departamento, la desesperante Cameron Diaz liga con novio ajeno: Toni Colette los descubrirá en pleno machuque, habrá una violenta discusión —secuencia muy bien dirigida— y súbitamente la película agarra densidad. Se hace interesante. De aquí en adelante, hábilmente, la película nos lleva de la mano hasta el final: hay el descubrimiento de una abuela a quien se creía muerta (Shirley MacLaine: no ha perdido el carisma, y qué espectáculo hermoso el ver a una actriz de su envergadura envejeciendo en la pantalla grande) y hay una reconciliación y el aprendizaje de algo. Ustedes lo han visto en los avances también.

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Lo que a mí me entusiasma de “En sus zapatos” es que se trata de un filme de fórmula, que bien podría publicitarse con frases manoseadas como “ustedes reirán, llorarán, se enamorarán...” que otras películas han usado cuatrocientas veces antes, y sin embargo se le siente genuina. Número uno: el guion ha sabido eludir los clichés y cree, realmente, en sus personajes. Número dos: el reparto es inmejorable.

De Cameron Diaz habría que decir que, además de tener un cuerpo del cual no puede esperarse nada pues todo se encuentra en equilibrio —verla en ropa de baño, y sucede a menudo en el filme, es delicioso— ha tomado un paso arriesgado: su personaje no es precisamente simpático pero ella sabe encontrarle el tono. Shirley MacLaine (a quien hemos visto hace poco en “Hechizada”, donde ella era casi la atracción principal) podría hacer una película que consistiera exclusivamente en ella misma entrecerrando los ojos y sonriéndole a la cámara. Yo la vería contentísimo. Pero es Toni Colette en el papel de la hermana, abre comillas, poco agraciada, cierra comillas, quien me ha impresionado más: su lenguaje corporal en la secuencia del bar o la manera triste que tiene de sonreír en algunas escenas... todo en ella se siente verdadero. Es una gran actriz. De pronto, hacia la mitad de la proyección, uno está deseando que a esta chica le vaya bien y eso es algo que pocas películas logran.

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Hay en este filme close-ups de rostros llorosos. En muchas otras cintas este es un recurso barato, destinado a forzar nuestra respuesta emocional. Los espectadores exigentes no hipotecamos con facilidad nuestras emociones: si el director quiere nuestras lágrimas, que se las gane. Que nos dé una historia bien hecha y que nos involucre con inteligencia en el material. ¿Por qué habríamos los espectadores de dar fácilmente un bien tan preciado e íntimo como nuestras lágrimas? Yo no he llorado al ver “En sus zapatos” pero creo que fue por falta de tiempo... Hacia el final de esta cinta de 130 minutos descubrimos, con sorpresa, que la historia nos ha emocionado y que creemos en estas personas que dicen cosas y que viven frente a nuestros ojos, y esa es una de las razones por las cuales este crítico de cine califica a la cinta con tres estrellitas. Algo muy poco usual... Y es que filmes como “En sus zapatos” deberían ser nuestro pan con mantequilla cinematográfico. Deberíamos estar acostumbrados a ver películas así de decentes. Pero no.

“En sus zapatos” no es una película perfecta, pero es una película muy humana acerca del amor entre dos personas que no tienen casi nada en común, excepto el hecho de haberse criado juntas. Vayan a verla antes de que la saquen de cartelera.


P.D. 1: “En sus zapatos” cierra con gente bailando. Es obvio. Todas las películas que tienen un final feliz deberían terminar así. El cine es la contemplación de los cuerpos, y el baile es la manera de reír con el cuerpo.

P.D.2: Por lo general es una mala idea recurrir a un poema dentro de una película. Casi siempre resulta huachafo. “En sus zapatos” no recurre a un poema, sino a dos, y lo hace bien porque no está buscando hacer ingresar un componente emocional —como suele suceder en otros filmes— sino resaltar aquello que ya existe. He aquí la versión en español de “Un arte” de Elizabeth Bishop y de “llevo tu corazón” de E.E. Cummings. Hasta luego.


UN ARTE

El arte de perder no es muy difícil;
tantas cosas contienen el germen
de la pérdida, pero perderlas no es un desastre.
Pierde algo cada día. Acepta la inquietud de perder
las llaves de las puertas, la horas malgastadas.
El arte de perder no es muy difícil.

Después intenta perder lejana, rápidamente:
lugares, y nombres, y la escala siguiente
de tu viaje. Nada de eso será un desastre.

Perdí el reloj de mi madre. ¡Y mira! desaparecieron
la última o la penúltima de mis tres queridas casas.
El arte de perder no es muy difícil.

Perdí dos ciudades entrañables. Y un inmenso
reino que era mío, dos ríos y un continente.
Los extraño, pero no ha sido un desastre.

Ni aun perdiéndote a ti (la cariñosa voz, el gesto
que amo) me podré engañar. Es evidente
que el arte de perder no es muy difícil,
aunque pueda parecer (¡escríbelo!) un desastre.



llevo tu corazón

llevo tu corazón conmigo (lo llevo en
mi corazón) nunca estoy sin él (tú vas
dondequiera que yo voy, amor mío; y todo lo que hago
por mí mismo lo haces tú también, amada mía)

no temo
al destino (pues tú eres mi destino, mi amor) no deseo
ningún mundo (pues hermosa tú eres mi mundo, mi verdad)
y tú eres todo lo que una luna siempre ha sido
y todo lo que un sol cantará siempre eres tú

he aquí el más profundo secreto que nadie conoce
(he aquí la raíz y el brote del brote
y el cielo del cielo de un árbol llamado vida; que crece
más alto de lo que un alma puede esperar o una mente puede ocultar)
y éste es el prodigio que mantiene a las estrellas separadas

llevo tu corazón (lo llevo en mi corazón)

noviembre 24, 2005

Kung-Fusión

Director: Stephen Chow
Con: Stephen Chow, Xiaogang Feng, Wah Yuen, Zhi Hua Dong
Calificación: dos estrellitas y media


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“¡Ta qué alucinante...!”

Así decía —perdón, así gritaba— el muchacho que se sentó detrás de mí, jalándose de los cabellos seguramente, enganchado con la película como pocas veces puede verse: yo diría incluso que se había puesto de pie cuando, alrededor del minuto 80 de “Kung-Fusión” nuestro héroe recibe una patada que lo bota al cielo, que literalmente lo dispara hasta el cielo, pero entonces él se endereza en el aire, apoya el pie derecho en un águila que está pasando por ahí para elevarse un poquito más, sereno, meditando, y ve en una nube el rostro de Buda, hace una reverencia a no sé cuántos kilómetros del suelo antes de empezar a caer, para lo cual nuestro héroe se pone de cabeza y va precipitándose ññññññíííííaaaaa porque está a punto de contraatacar violentamente, su caída es tan veloz que le sale fuego de los dedos y sí pues: qué alucinante.

Más o menos así son los noventa minutos de “Kung-Fusión” (que, por si no lo adivinaron, es una película de kung-fu) y eso es una buena noticia: he aquí un filme rebosante de ideas, con una puesta en escena original y el suficiente amor por sus personajes como para hacer que nos importe un poquito lo que les sucede. Al menos durante un rato. Pongamos como ejemplo a esta señora:

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Ella es la dueña de un conjunto habitacional en Hong-Kong y en ningún momento, a lo largo de todo el filme, va a sacarse ese cigarro de la boca: en “Kung-Fusión” los personajes se definen por atributos visuales antes que psicológicos. Son caricaturas, pero en un sentido entrañable del término... ¿Creerían ustedes que esta señora, conocida en el filme sencillamente como La Casera, es una maestra consumada en las artes del combate? Quienes vayan a ver la película probablemente sonreirán ante una pregunta como esta.

La historia es sencillísima: los Buenos deben pelear contra los Malos. Ya está. En este caso, los Malos son los temibles miembros de la Banda del Hacha, y los Buenos son los residentes de un conjunto habitacional que tiene el mismo feeling naif de la vecindad del Chavo: las opciones de escenografía y de iluminación hacen de este lugar, donde se desarrollarán la mayoría de las luchas, un espacio amigable para la fantasía.

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Lo que me gusta de “Kung-fusión” es que no tiene vergüenza de ser lo que es: una película adolescente, hiperkinética, enamorada de la acción por la acción misma y situada en un mundo en el cual, por ejemplo, las discusiones maritales se resuelven con golpes de kung-fu... Todos: mujeres, ancianos, niños, saben artes marciales en “Kung-Fusión”, todos hacen con la ley de la gravedad lo mismo que hizo Fujimori con la Constitución: zurrarse en ella. Si yo tuviera 14 años, este es el tipo de filme que iría a ver al cine una y otra vez, tratando de aprenderme los diálogos y cada una de las secuencias de lucha.

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Estoy hablando de esta película y no menciono lo que es casi su atributo principal: su sentido del humor. Hay en “Kung-Fusión” momentos graciosos, momentos muy graciosos e, incluso, momentos sublimes. La risa proviene de nuestro asombro ante lo que vemos, ante la aparente imposibilidad de lo que vemos pero que igualmente sucede, y esa es una de las risas que más se agradecen en el cine. Piensen en Buster Keaton, por ejemplo. Buena parte del mérito en esta área le corresponde a Stephen Chow, quien no solo es el protagonista del filme sino su director, y quien ya nos entregara antes un filme delicioso como “Shaolin Soccer”.

“Kung-Fusión” hace de la exageración, pues, una virtud. Resulta obvio que hay un trabajo inmenso de arneses, de chromas, de efectos especiales y de post-producción pero no nos importa porque el filme nos ha colocado en una situación muy deseable: la de sorprendernos cada veintitres segundos, aproximadamente. Es más, el planteamiento de los personajes —que van sacando nuevas armas y golpes secretos a medida que las peleas se hacen más cruentas— hace pensar en videojuegos como Street Fighter, por ejemplo. La fotografía que pueden ver a continuación, de hecho, corresponde a una antiquísima modalidad de lucha de alguna desaparecida escuela de kung-fu y se llama “El Ataque del Sapo” o algo así (vamos, si hubo una “Patada de la grulla”...)

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En fin. Con lo mucho que me gustó “Kung-fusión” —sí, es aquí donde hablo de mis reparos— esta suerte de estética del videojuego hace del filme, finalmente, una experiencia repetitiva. “Kung-fusión” está construida como una cinta permanentemente al tope, siempre en clave alta. Pues bien, incluso las montañas rusas necesitan de algunos momentos de lentitud para que aquellos que buscamos, los vertiginosos, existan: cuando todo, absolutamente todo, es grito, patada y puñete uno puede llegar a desconectarse (es verdad que hay una pequeña historia de amor por allí, pero no pesa mucho.) A mí la película se me hizo un poco larga precisamente por eso pero, oye, ya no tengo catorce años. Y ese es un defecto mío. Ver a estos personajes sacando trucos y más trucos, transformándose para impresionar al oponente —y al espectador— me hizo recordar aquellos juegos de yan-kem-po que terminan mal. Si, por ejemplo, uno de los jugadores saca papel y el otro tijera, lo que el primero deberá decir es “pero entonces yo me transformo en volcán y derrito tu tijera”. El otro responderá entonces “y yo me transformo en mar y te enfrío”. Ante tamaña afrenta, el primer jugador podrá decir que se transformará en gigante y se tomará el océano. Bueno, el juego termina cuando cualquiera de los oponentes se transforma en Dios. Algo así estaba esperando yo que sucediera en “Kung-Fusión” pero, claro, puede que no sea muy entretenido verlo en una película si no da un triple salto mortal y derriba a diecisésis oponentes de una patada.

noviembre 08, 2005

El cadáver de la novia

Dirigida por Tim Burton y Mike Johnson
Voces de: Johny Depp, Helena Bonham Carter, Emily Watson, Christopher Lee

Calificación: dos estrellitas


He aquí —en exclusiva, para los fieles seguidores de esta columna— una fotografía del avant-premiere en Lima de “El cadáver de la novia”, la película que todos los chicos estaban esperando. Como podrán apreciar, estos pequeños cinéfilos aún no salen de su asombro luego de ver el filme. Interrogados a la salida, Claudita (7) y Nano (4) dijeron que la experiencia “los había transformado”. Realmente.

La nueva entrega de Tim Burton se llama “El cadáver de la novia” y es una película de animación en stop motion. O sea, cuadro por cuadro. Fotograma por fotograma, si prefieren. En este tipo de películas, los personajes que vemos en pantalla existen realmente fuera de ella: son muñecos. Hechos de metal y silicona, en este caso. Los animadores construyen a los personajes, luego construyen los sets y a continuación filman la película entera, rebosantes de paciencia. Y es que la filman cuadro por cuadro. Pues, para crear la ilusión final del movimiento continuo, los animadores deben mover a los personajes de a poquitos, un cuadro por vez...

Un segundo de cine consta de 24 cuadros o fotogramas. Un día de chamba intensa en stop motion produce, más o menos, tres segundos de película.

Se trata de un acto de amor.


“Hay algo maravilloso en poder tocar y mover físicamente a tus personajes” dice Burton, y uno puede entenderlo. Sucede además que el stop motion posee una cualidad sobrenatural: el movimiento de los personajes, cuando finalmente los vemos en pantalla, no es fluido del todo. Esta animación, que ha sido hecha a mano, a lo largo de varios días, posee una cualidad profundamente humana: la imperfección. Algo impensable dentro de la animación convencional (pensemos por ejemplo en “Madagascar” o “Buscando a Nemo”, películas creadas en los espacios virtuales de ordenadores perfectos, casi desesperadamente perfectos... películas que constituyen, desde el estreno de “Toy story” hace ya diez años, lo convencional).


O SEA QUE UNO VE “EL CADÁVER DE LA NOVIA” y siente algo raro detrás de los ojos. La manera de moverse de los personajes, su textura, el modo en que las luces de verdad caen sobre ellos de verdad y los iluminan de verdad... todo esto es muy inusual. Crea cierta tensión. Es fácil creer que estamos asomando a otro mundo, y esa es una de las cosas más hermosas que pueden suceder en el cine. La secuencia inicial de créditos, por ejemplo, con estos dos personajes cortando mecánicamente cabezas de pescado, sería sumamente apta para el hipnotismo.


¿Es eso motivo suficiente para recomendar “El cadáver de la novia”? Lamentablemente, no.

Ya está. Luego de un preámbulo emocionado de cuatrocientas palabras, declaro que la película me dejó un sinsabor... Tal vez esperaba demasiado, sobre todo después de haber visto el filme anterior de Burton, “Charlie y la fábrica de chocolates”, que en mi opinión es uno de los mejores estrenos de este año. En todo caso, si se trata de ir a ver stop motion, ahora mismo tenemos en salas una cinta muy superior a “El cadáver de la novia”. Se llama “Wallace y Gromit: la batalla de los vegetales”.

Más sobre eso después. Digamos simplemente que la última película de Tim Burton —a pesar de lo mucho que pueda entusiasmar su proceso de creación— es un poco monse. Es fácil admirarla, pero resulta extremadamente difícil quererla. Y es que la cinta falla porque no permite que nos involucremos con la historia, o que nuestras emociones hacia estos personajes crezcan. Yo encuentro aún increíble que, tratándose de un filme que demoró casi tres años en hacerse, a nadie se le haya ocurrido trabajar un poquito en el guion...

(Historia. Un joven, luego de arruinar los ensayos de su boda, es enviado al bosque a practicar sus votos. Al hacerlo, coloca el anillo en una ramita... ¡que resulta ser el dedo extendido de la Novia Muerta! Ella lo conducirá al Mundo de los Muertos, donde serán felices por siempre...)

Prometedor. La historia, extraída del folklore judío, tenía muchas posibilidades. Pero su desarrollo en este filme es poco ambicioso: de hecho, ninguno de los personajes en esta película siente emociones intensas. Por un momento da igual si Víctor, nuestro héroe, se queda con esta atractiva Novia Muerta o regresa al Mundo de los Vivos a luchar por su dizque verdadero amor. Y da igual porque el guion no establece situaciones que nos hablen de amor, o cualquier sentimiento parecido. Un ejemplo: cuando Víctor se reencuentra en el Más Allá con su perro, muerto cuando él era niño, apenas muestra alguna emoción. ¡Su perro, que él quería tanto! Este solo incidente, de hecho, tiene tantas posibilidades cinematográficas que el mismo Burton dirigió, en los inicios de su carrera, un corto sobre un niño que resucita a su perro atropellado: “Frankenweenie”. Pero parece que él ya se olvidó.

Otra cosa. Los números musicales son innecesarios en buena parte, y logran aquello que los filmes menos afortunados de la Disney lograron en su momento: ahogar el ritmo, es decir, impedir que la película avance. La partitura de Danny Elfman, colaborador habitual de Burton, resulta correcta y guarda semejanzas —chequear la canción “Remains of the day”— con aquella compuesta para “Charlie y la fábrica de chocolates”, pero esta película necesitaba de números musicales que narraran, no que ilustraran.


¿Cuál es la explicación de todo esto? En mi opinión, lo que sucede es que Tim Burton ha querido hacer, por primera vez, una película para niños. Y “El cadáver de la novia” lo es: probablemente muchos pequeños la disfruten, pero recordemos que muchos pequeños estarían igual de contentos viendo “Súper escuela de héroes” o cualquier otra cosa que se acompañe con canchita. Y no, a pesar de su título la película no asusta, ni es agresiva. No hay en ella nada que no pueda verse en cualquier canal infantil... Uno puede imaginarse a Burton buscando que su película no fracase en taquilla, como sucedió con la inmensamente superior “El extraño mundo de Jack” —demasiado cruel, dijeron— y esterilizándola un poquito, recortándole los bordes para que le vaya mejor con el público. Pero en el camino el filme perdió gracia. Es más, yo diría que por primera vez este gran director de cine ha cometido aquel pecado de la autoreferencia fácil que señalaba Buñuel: Burton ha hecho un filme de Burton.

Puede que sea verdad. Aunque el diseño de arte en “El cadáver de la novia” es impresionante, no hay nada que no hayamos visto antes en “Beetlejuice” o “El extraño mundo de Jack” —películas adorables por su carácter adolescente, no infantil. Y, siendo este un filme en el cual hay tanto amor por el arte de la animación, resulta muy difícil encontrar en él pasión alguna. ¿Existe una intención artística o algo así detrás de esta empresa?

No lo sé. Hay que ver “El cadáver de la novia” como lo que es, entonces: una correcta película de animación en stop motion, hecha con una habilidad técnica admirable pero que nadie recordará dentro de un mes. Cosa que no sucederá, creo yo, con estos dos tipos:


Sí. Ellos son Wallace y Gromit, y están hechos de plastilina. Cuando la cámara hace un primer plano de alguno de sus rostros, podemos distinguir las leves huellas que los dedos de los animadores han dejado allí, mientras van dándoles vida. Wallace tiene los dientes como un tablero de chiclets, Gromit no tiene boca. Me recuerda a Snoopy. He aquí una película con un mundo propio, divertida e ingeniosa. “Wallace y Gromit: la batalla de los vegetales” es un filme honesto, y eso es algo que yo no podría decir de “El cadáver de la novia”. Quizás la película de Burton resulte más popular, pero esta es la mejor. Vayan a verla.

setiembre 12, 2005

Las trillizas de Belleville

Dirigida por: Sylvain Chomet
Calificación: tres estrellitas


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Observe un instante el fotograma que tiene aquí arriba, estimado cinéfilo. Observe esos ojos. ¿Le recuerdan algo? ¿A usted mismo, quizás, cuando era más pequeño y se encerraba en su cuarto a pensar cosas? ¿Tenía usted un perro también?

Perfecto. Ahora, como siguiente ejercicio, le pediré que considere el fotograma de abajo.

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El de la derecha es usted, veinte años después. La misma mirada, el mismo silencio. Usted se ha convertido en ciclista, de ahí la postura. De ahí las piernas superdesarrolladas y los brazos delgadísimos como cables eléctricos. Montar bicicleta es lo único que usted sabe hacer, lo único que desea hacer usted en la vida. El señor de la izquierda, como adivinará, no lo quiere mucho a usted. Va a secuestrarlo. La forma de su cuerpo —envuelto en un traje negro— es rectangular, desde luego. Como los roperos.

Ya. Un último fotograma, estimado cinéfilo: obsérvelo un instante. Mire esos ojos.

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Esta señora es Madame Souza, su abuela, y en su mirada están todas las respuestas. Es ella quien le compró la primera bicicleta, hace tiempo ya. Usted ha vivido siempre a su lado y no necesita abrir la boca para hablarle: ustedes dos conversan con los ojos. Y cuando lo secuestren, será ella quien emprenderá un largo viaje para rescatarlo.

Dicho todo esto, ¿le extrañará a usted, estimado cinéfilo, saber que “Las trillizas de Belleville” es una película casi muda? ¿Francesa, encima? ¿Que se trata de uno de los mejores estrenos del año? ¿Que los dibujos tienen un trazo atípico y que la música juega un papel protagónico? ¿Que probablemente este filme de corte surrealista aburra a un niño de seis años pero que fascinará a un chico de dieciséis, o a usted mismo que ahora tiene cuarenta y seis?

Diré algo más: si a usted le gustó “The wall”, vaya a ver esta película. Si a usted le gustó “El viaje de Chihiro”, estrenada el 2003 en Lima, vaya a ver esta película. Si usted es de las personas que pueden quedarse una hora mirando las hormigas en el jardín, imaginando cómo serán sus vidas o qué cosas sueñan, vaya a ver esta película.

Sí. Este filme es muy extraño y muy bello. Viéndolo, uno recuerda por qué se inventaron los dibujos animados: para crear nuevos mundos que los espectadores puedan poblar. Y es que hay instantes en esta película en los que uno tiene la sensación de estar presenciando una realidad paralela, autosuficiente, donde la física o las proporciones apenas se aplican. Es más: juro que por un instante —un instante pequeño— esta película dejó de ser una película frente a mis ojos.

Con varias referencias a la comedia francesa (el gran Jacques Tati, por ejemplo), a los dibujos animados de los años 30 —Max Fleisher y su Betty Boop— y con una fijación obvia por la plasticidad de la imagen y el humor absurdo, “Las trillizas de Belleville” apenas tiene defectos. El más serio consiste en terminar de una manera obvia: con una persecusión. Por algún motivo lo encuentro fácil, más aún en una película tan original como esta. El otro es su duración: con 80 minutos de metraje la película se hace demasiado corta. Yo hubiera querido que durara cuatro horas y media, más o menos.

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Por cierto, estas son las trillizas del título. Son estrellas del espectáculo. Comen ranas para la cena, y las consiguen arrojando granadas de mano a un lago. El número musical que ellas ejecutan con la abuela de nuestro protagonista —la abuela de usted, estimado cinéfilo— es digno de aparecer en cualquier antología de la animación de todos los tiempos. Instrumentos utilizados para dicho número musical: refrigeradora, periódico, aspiradora, llanta de bicicleta. Abajo la realidad. Que viva el cine.